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  13. EL SIGLO XVIII EN CANARIAS    
 
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Esplendor cultural: la Ilustración en Canarias

El espíritu enciclopedista o de la ilustración francesa prende muy pronto en las clases aristócrata y burguesa de la sociedad canaria a mitad de siglo. La Ilustración en Canarias alcanzó un claro esplendor, si pensamos en el estado cultural y científico en que se encontraba el archipiélago a principios del siglo XVIII: analfabetismo por doquier; pocas escuelas, muchas dependientes del obispado y de las órdenes religiosas y, entre los centros superiores, habría que destacar a los agustinos, que tanto en La Laguna como en Las Palmas impartirían algunas enseñanzas limitadas a la Teología y la Gramática. Todo lo demás era puro oscurantismo cultural y catecismo de parroquia.

En esta situación, llama la atención el elevado nivel cultural de ciertos individuos vinculados con la nobleza y la burguesía comercial isleña, sobre todo en la segunda mitad del siglo XVIII, y que formaron parte del movimiento ilustrado.

Con el reinado de Felipe V, primer monarca Borbón, hubo un afrancesamiento de las costumbres, pero, en general, el panorama científico y cultural siguió las características del siglo anterior: cerrazón intelectual y escolasticismo. No obstante, aquí en Canarias, como en el resto de España, muchos ilustrados ya pensaban que el mal y el atraso español con respecto a Europa radicaban en el escaso aprecio que se tenía a las ciencias físico-experimentales y al hábito de no pensar. Así, en esta primera mitad de siglo fue surgiendo, aunque con timidez, un sentido crítico acerca de las costumbres y del sentimiento religioso de las clases populares, imbuidas por supersticiones y extrañas devociones, muchas veces fomentadas por los numerosos frailes que habitaban en los numerosos conventos establecidos por las islas.

Escultura del Marqués de Nava, en la Plaza de la Junta Suprema de La Laguna. (DL)

Hubo  dos  grupos de ilustrados: uno, aglutinado en torno al clero secular de Las Palmas y otro, alrededor de la tertulia del Marqués de Nava, en La Laguna. Ya en la primera mitad del siglo, el clero ilustrado era consciente de la nula formación cultural de frailes y feligresía y trataron de poner remedio fomentando las clases en los colegios agustinos, cuyas enseñanzas de Teología estaban más abiertas al debate y partidarios de una religión más fiel al evangelio primitivo. Otro sector dentro del mismo clero estaba encabezado por eclesiásticos como Álvarez de Abreu, quien era partidario del regalismo y defensor del intervencionismo real en la gestión de los diezmos eclesiásticos.

Por último, en esta primera mitad de siglo destacan dos personajes, Cristóbal del Hoyo, Marqués de San Andrés y Vizconde de Buen Paso, y Juan de Iriarte. El primero, por criticar el deplorable nivel cultural del clero y promover una religión más personal e intimista, y el segundo, por su formación enciclopedista, ya que había estudiado en París. Además, tenía una gran influencia en la Corte de Madrid por su capacidad intelectual y su firme apuesta por las ciencias experimentales y técnicas.

En la segunda mitad del siglo XVIII, la ilustración se centra en torno a la Tertulia de Nava, las Sociedades Económicas de Amigos del País y el Seminario Diocesano de Las Palmas.

La Tertulia de Nava reunió a lo más florido de la ilustración, teniendo como figura central a la persona del Marqués de Villanueva del Prado, Tomás de Nava y Grimón. Esta tertulia rezumaba un espíritu liberal y reformista y sus componentes eran conocidos por los «Caballeritos» de La Laguna. A ellos se debe la creación de las Reales Sociedades Económicas del País (1776), los primeros periódicos insulares, la creación de la Universidad Agustina, el fomento de cultivos nuevos, la creación de escuelas, etc. Se discutía y se promovía la ciencia, el progreso y la libertad de pensamiento; en su casa-palacio se reunía lo más inquieto de la nobleza isleña, Cristóbal del Hoyo entre ellos. Otros contertulios notables eran Juan Antonio Franchy, Pacheco Solís, Viera y Clavijo y Lope Antonio de la Guerra.

El portuense Agustín de Bethencourt fue el ingeniero del zar de Rusia.

Se ha dado en llamar a este periodo dieciochesco el «Siglo de Oro» canario, por las eminentes figuras que sobresalen en estos años. Algunos de ellos son: los hermanos Iriarte, Agustín de Bethencourt (ingeniero), José de Viera y Clavijo (historiador), Verdugo (obispo), Clavijo y Fajardo (filósofo y periodista), etc.

Las Sociedades Económicas constituían otro instrumento del movimiento ilustrado. Se crearon con el fin de lograr un cambio en la mentalidad económica e influir en la política del rey. En Las Palmas, la Económica promovió nuevos cultivos en la isla y mostró preocupación por el sector pesquero en la costa norteafricana. También fomentó la creación de escuelas primarias y de oficios. La Económica de La Laguna también se concentró en la reforma agrícola y en el reparto de las tierras comunales así como en la creación de hermandades agrícolas.

Aún así, tanto las Tertulias como las Económicas tenían poca influencia en las decisiones políticas, porque los cargos de la administración seguían ocupados por elementos reacios a cualquier cambio, y de eso son conscientes los propios ilustrados, que en sus memorias expresan este desencanto; basta  leer  a  Viera y Clavijo para darse cuenta de ello.

Clavijo y Fajardo, natural de Lanzarote, fue uno de los grandes exponentes del denominado ‘siglo de Oro canario’

Dentro del movimiento ilustrado, también destacó el Seminario Conciliar de Las Palmas (1787), constituido en una verdadera universidad de Teología. De sus aulas saldrán liberales tan destacados como Gordillo y Graciliano Afonso. El Seminario era partidario de una reforma educativa y eclesiástica: educación religiosa basada en una fe racionalista, afín al jansenismo y, por tanto, crítica con esa  tradición popular de venerar determinadas imágenes o cruces, l más propia de la ignorancia que del Evangelio. Desde la perspectiva doctrinal, este progresismo del Seminario Conciliar no fue comprendido por las clases populares, que siguieron con el devocionismo y la superstición. Por esta época, y por primera vez, subió al Episcopado un canario: el obispo Verdugo, natural de las Canarias que, junto a su antecesor en el cargo, Tavira, destacó por la reforma de la educación religiosa y por librar duras batallas con el tribunal de la Santa Inquisición.

En el exterior, personajes ilustrados canarios hicieron valer su talento e influencia, destacando  Álvarez de Abreu, la familia de los Iriarte, tanto Bernardo como el fabulista Tomás, así como Antonio Porlier, Marqués de Bajamar y Ministro de Gracia y Justicia (1790-92), Estanislao de Lugo, promotor de la reforma educativa en la Universidad española (monarquía de Carlos IV), José Clavijo y Fajardo, gran naturalista, y Agustín de Bethencourt, ingeniero del Zar de Rusia.

Agustín de Bethencourt y Molina: Un famoso inventor

Nació en el Puerto de la Cruz en el año 1758. Demostró desde joven gran interés y posibilidades por la técnica y el arte. En 1778 marchó a Madrid.

Académico de honor de honor de Bellas Artes por sus méritos en el dibujo, Carlos IV le nombra director del Real Gabinete de Máquinas. Viaja a París, que era foco de la ciencia y la técnica de entonces.

Su primer invento fue una máquina de hilar de seda. Luego inventó un modelo de máquina de vapor. Más tarde, una serie de aparatos de distintos usos.

Visita también Inglaterra, pues aquí se había iniciado, hacia finales del siglo XVIII, la Revolución Industrial.

Confeccionó el programa de estudios para la recién creada Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos de Madrid.

En 1807 marchó a Rusia. En este año publica el hoy clásico «Ensayo sobre la composición de las máquinas». Un año más tarde entra en el Ejército ruso con el grado de mayor general. Es nombrado Consejero del Cuerpo de Vías de Comunicación de Rusia. Desarrolló desde este cargo una gran labor en canales y puentes fluviales y en la construcción de dragas para los mismos.

En 1824 muere en San Petesburgo. Ha sido uno de los españoles más relevantes en el campo de la técnica, fue un investigador prestigioso, siendo divulgador de sus trabajos.

POBLACIÓN Y ESTRUCTURA SOCIAL

Se sabe que durante la segunda mitad de este siglo el ritmo de crecimiento de la población es moderado, aunque uniforme .Según el censo de Floridablanca de 1787, la población absoluta del Archipiélago era de 160.285 habitantes, repartida por las islas de la siguiente forma:

Existían ya cuatro poblaciones con categoría de ciudad: Las Palmas, Telde, Santa Cruz de La Palma y La Laguna. Por islas, las poblaciones más importantes son: Teguise, en Lanzarote, con 9.469 habitantes; Betancuria, en Fuerteventura (2.811 hab.); Las Palmas de Gran Canaria (9.820); La Laguna (7.222);  Santa Cruz de Tenerife (6.063 hab.); La Orotava (5.770); Santa Cruz de La Palma (3.483); Los Llanos (4.093); y San Sebastián de La Gomera (1.180 hab.).

Vista de Telde. En el siglo XVIII una de las cuatro poblaciones consideradas como ‘ciudad’. (MC)

Socialmente, el grupo terrateniente conserva aún los cargos políticos, eclesiásticos y militares; es esta clase oligarca la que manda en las Islas. Sin embargo, hay síntomas de movilidad social, como el ascenso de la burguesía mercantilista y una nobleza que despierta a la cultura enciclopedista.

En su segundo nivel, están los propietarios medianos, pequeños artesanos y comerciantes. En la última escala social se encuentran los jornaleros del campo y, en las poblaciones, los arrieros, marineros y numerosos mendigos .Es de observar el gran número de personas bajo fuero militar (exentos de impuestos).

Las epidemias se cebaban de forma intermitente en las Islas; así, en 1701 se desató una de «vómito negro» y, en 1721, otras de peste y hambre. La viruela, a finales del siglo, también se llevó muchas víctimas, aunque ésta ya se combatía por medio de una vacuna.

La Inquisición y los extranjeros

El Tribunal de la Inquisición fue establecido en Canarias hacia el año 1504, con sede en Las Palmas y dependiente del de Sevilla. La autonomía jurisdiccional la alcanzaría años más tarde.

En sus primeros años, el Tribunal dirigió sus actividades hacia los pequeños grupos de moriscos y judíos que hasta las Islas llegaba. En la segunda mitad del siglo XVI el panorama cambia y serán los extranjeros no católicos el objetivo de los miembros del Santo Oficio.

El aumento de las exportaciones vinícolas y del comercio portuario de las Islas, atrajo, en la segunda mitad de siglo, a cierto número de extranjeros protestantes, lo que les hacía blanco de las persecuciones de la Inquisición. Ahora bien, esto chocaba con el punto de vista de las autoridades que consideraban a los extranjeros como activadores de la economía isleña y que, por consiguiente, no debían de ser molestados en tanto no escandalizasen o diesen vivas muestras de su fe. Es por esta razón  por la que los comerciantes extranjeros afincados en las Islas apenas fueron inquietados por sus convicciones religiosas.

Además y a raíz de una intensificación en los juicios del Tribunal, algunos países como Inglaterra firmaron acuerdos con España a fin de salvaguardar a sus súbditos de las penas inquisitoriales.

En el siglo XVII, sobre todo a partir de 1615, la Inquisición en Canarias perdió toda importancia, bien porque disminuyó el número de extranjeros no católicos, o por el propio carácter tolerante del isleño. En el siglo XVIII la Inquisición tuvo ya poco trabajo con los extranjeros.

Por lo que respecta al carácter benevolente o riguroso del Tribunal de Las Palmas es una cuestión polémica, pues mientras unos lo tachan de indulgente, otros, caso de Millares, recalcan su gran número de autos celebrados, muchas veces acompañados de la relajación del reo.

ENSEÑANZA

En esta época se establecen en La Orotava, y más tarde en La Laguna, los jesuitas, dedicados fundamentalmente a la enseñanza de los hijos de la aristocracia isleña; de aquí que los Concejos o Cabildos tuvieran que costear las «primeras letras» al resto de la población que deseaba y podía aprender.

Los maestros de esta primera enseñanza estaban muy mal retribuidos y había muy pocos. Hay datos escritos (1714 en La Laguna) en los cuales se lee que el Cabildo lagunero pagaba a un maestro una fanega y media de trigo por salario mensual.

En el año 1722 se estableció en La Laguna la orden de los Bethlemitas, fundada por el Hermano Pedro en Guatemala, que impartió las primeras letras durante cuarenta años, marchándose por falta de recursos.

En el año 1767 existía en Tenerife un solo maestro público; era, pues, natural que el analfabetismo imperara en la mayor parte de la población canaria.

La creación en 1777 de las Sociedades de Amigos del País supone un impulso serio en los campos de la enseñanza y de la investigación, tanto en Tenerife como en Gran Canaria.

De los primeros centros de enseñanza puestos en funcionamiento, los había pagados por las corporaciones y por particulares. Aparecen, también, las primeras maestras. En La Palma, la primera escuela pública se fundó en el año 1794.

Como nota curiosa, se sabe que casi todos los regidores de Fuerteventura, hasta finales del siglo XVIII, eran analfabetos.

En enseñanza media y superior son los dominicos y agustinos los que se disputan el privilegio de impartirla. Ya en 1663, en La Laguna, el Colegio Dominico era elevado a Colegio Doméstico.

Más tarde, los agustinos potencian sus propios centros, alcanzando sus maestros y sus bibliotecas propias justa fama. Son precisamente los agustinos de La Laguna los que, después de muchos años de pleito con los dominicos, inauguran la primera universidad de Canarias en su convento lagunero. Esto ocurría en el año 1744, pero en 1747, Fernando Vl la suprimió y creó el Seminario Conciliar de Las Palmas.

En 1796, Carlos IV fundó La Universidad Literaria de La Laguna, en la que se cursarían todas las facultades, pero donde por circunstancias políticas no se impartió clases.

Convento de San Agustín, que luego sería sede de la Universidad Literaria y del Instituto de Canarias. (DL)

Jorge Glas y su trágico final

Jorge Glas fue un agente comercial  inglés, “un factor” según se decía, que pasó varios años de su vida en las Islas Canarias hacia mediados del siglo XVIII. Durante estos años en las Islas, los dedicó al comercio, importación y exportación, entre Europa, Inglaterra especialmente, y el Archipiélago Canario. Por necesidades de su propio oficio, viajó repetidas veces por todas las islas y costas vecinas de África (Berbería), recogiendo abundante información con la que escribió el libro Descripción de las Islas Canarias en 1764. Jorge Glas era un personaje culto, había leído a los grandes pensadores de la época, sobre todo, a los enciclopedistas franceses.

Pero es que, además, fue un auténtico aventurero, un explorador, un navegante experimentado y un observador nato. Sus anotaciones y juicios sobre las Canarias del siglo XVIII, especialmente sobre sus creencias, costumbres y cuestiones económicas, son muy valiosas para conocer la historia del Archipiélago.

Perseguido por la Santa Inquisición, al considerarlo hereje, se le abrió un proceso en Lanzarote más por motivos económicos que religiosos, abandonando Tenerife por el Puerto de la Cruz de forma precipitada junto a su mujer e hija. El barco inglés en el que huyeron era de pequeño porte, con cinco tripulantes, e iba cargado de vino y dinero en oro y plata. Los admitieron como pasajeros debido a la apurada situación en que se hallaban.

Cuando el barco se encontraba cerca de las costas de Inglaterra, varios tripulantes se amotinaron con intención de apoderarse del oro y la plata, cosa que consiguieron. El capitán del barco y uno de los marinos leales fueron arrojados al mar. Jorge Glas intentó en circunstancias desfavorables defender al capitán con su espada, pero desarmado, fue acuchillado por los sublevados al igual que su mujer e hija y también lanzados al agua.

Los amotinados, después de llevarse el dinero, hundieron el barco cerca de la costa irlandesa, dejando sólo con vida al criado de Glas. Parece ser que los asesinos, al llegar a Dublín, gastaron el dinero en tabernas y otros lugares, lo que dio pistas a la justicia inglesa para detenerlos y ahorcarlos, después de haberlos declarado culpables.

Éste fue el triste final de este inglés y familia, amante de las Canarias y ejemplo de hombre de su tiempo, por filántropo, humanista, libre pensador y aventurero.

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