Los paisajes naturales de Gran Canaria han sido sometidos a profundos cambios y transformaciones desde su conquista y posterior incorporaci�n a la Corona de Castilla en 1487. Si bien, antes de la conquista, el paisaje natural hab�a recibido algunas transformaciones efectuadas por la poblaci�n aborigen, �stas pueden considerarse de car�cter puntual, e incluso insignificante, frente a los enormes cambios acaecidos tras la llegada de los conquistadores.
Las principales afecciones ambientales durante la etapa prehisp�nica eran producto de la actividad ganadera: cabras, ovejas y cerdos ejercen presi�n sobre la flora aut�ctona, generando cambios en los ecosistemas naturales. A ello hay que unir los producidos por determinadas pr�cticas como la quema de rastrojos para la regeneraci�n de pastizales. El empleo de este tipo de pr�cticas pudo haber sido el causante de incendios forestales que afectaron a los ecosistemas naturales de la Isla.
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Peque�a finca agr�cola en Madrelagua. (MC). |
Los nuevos pobladores que se asientan tras la Conquista introducen importantes cambios. El m�s relevante es el tr�nsito de una sociedad pastoril a otra eminentemente agr�cola. Se produce una r�pida transformaci�n del paisaje grancanario, con un poblamiento r�pido y numeroso, �vido de explotar nuevas tierras. La mayor parte de estos nuevos asentamientos humanos se localizan en las median�as. Explican esta elecci�n unas temperaturas suaves, la disponibilidad de recursos como agua, le�a y carb�n, el estar lejos del alcance de las incursiones de los piratas y, sobre todo, la b�squeda de f�rtiles tierras de cultivo. Se ponen en explotaci�n miles de hect�reas de cultivos con el fin de garantizar el sustento de los nuevos pobladores. Las �ptimas condiciones clim�ticas y ed�ficas que ofrecen las median�as para los nuevos cultivares van en detrimento de la vegetaci�n natural. Grandes rozas y talas se suceden en este periodo, transformando la fisonom�a del paisaje insular.
Si en la median�a comenzaban a asentarse los cultivos de subsistencia, en la franja costera se establec�an aqu�llos destinados a la exportaci�n. En los primeros a�os tras la Conquista (finales del siglo XV y principios del XVI), fueron los cultivos de ca�a de az�car. Para la puesta en explotaci�n de estos ingenios, sus trapiches y los cultivos de ca�a, tuvieron que desviarse grandes caudales de agua hacia las plataformas litorales, lo que perjudic� a la flora y fauna local. Al mismo tiempo, la necesidad de combustible y madera para las construcciones y las labores agr�colas provocaron que la presi�n sobre los bosques fuera en aumento, increment�ndose considerablemente la deforestaci�n.
Las intensas talas hicieron desaparecer la pr�ctica totalidad del monteverde, formaci�n que ocupaba los altos de Santa Br�gida, San Mateo, extendi�ndose por Teror, Valleseco, Firgas y Moya, hasta confluir en el Valle de los Berrazales. Tambi�n fueron importantes las talas de los pinares, fruto de las necesidades de madera y de su resina, conocida como pez o brea, y que se utilizaba para calafatear las embarcaciones.
De las talas indiscriminadas aparecen muchos datos en los Acuerdos de los Cabildos Insulares de comienzos del siglo XVI, que ante el desastre ambiental y econ�mico que se avecinaba intentaron, con poco �xito, controlar este tipo de explotaci�n forestal.
Este modelo de ocupaci�n territorial, con una agricultura de subsistencia en las median�as y de exportaci�n en sectores litorales, subsisti� en pleno apogeo, con evidentes cambios a lo largo del tiempo, hasta entrados los a�os 60 del s. XX.
Desde los a�os 60 del pasado siglo, la irrupci�n del sector terciario es una cuesti�n imparable, dando lugar a una transformaci�n estructural de la econom�a canaria. El sector terciario pasa a ocupar el primer lugar en el Producto Interior Bruto (PIB), impulsado por los servicios prestados en el mundo urbano y por el desarrollo alojativo tur�stico.
EVOLUCI�N DE LA COSTA DE GRAN CANARIA
Las median�as, en gran medida deforestadas, dejaron de ser el centro de gravedad de la actividad econ�mica, que se traslada ahora a los sectores costeros del sur de la Isla, donde la irrupci�n del turismo de masas genera importantes movimientos econ�micos. Este desarrollo tur�stico, unido a las crecientes importaciones de productos del exterior, ha provocado la progresiva p�rdida de importancia de las zonas rurales. En la actualidad, estas �reas son espacios heterog�neos que, o bien tienden al abandono, o bien acogen una diversidad de funciones.
La p�rdida de peso de las pr�cticas agroganaderas en el sistema productivo ha dado pie a los procesos de �xodo rural y al abandono del campo en busca de unas mejores condiciones de vida en la ciudad y centros tur�sticos. La poblaci�n que ha permanecido en �el campo�, dedicada a las actividades agrarias y ganaderas, es normalmente envejecida, sin recambio generacional, y tiene que convivir con una serie de problemas, entre los que destacan:
Gran fragmentaci�n del terrazgo agr�cola que da lugar a peque�as explotaciones, insuficientes en muchos casos para el sustento familiar en una econom�a de mercado.
Graves problemas a la hora de comercializar los productos locales. El excesivo n�mero de intermediarios genera que los costes finales de venta al p�blico sean bastante elevados, sin que ello repercuta sobre el productor. La soluci�n que se plantea es la comercializaci�n directa a trav�s de los diversos mercadillos del agricultor repartidos por la Isla. En estos espacios comerciales el agricultor vende directamente sus productos al consumidor, con lo que su margen de beneficios es mayor.
Bajo grado de innovaci�n tecnol�gica en el sector. Los altos costes que conlleva la inversi�n en tecnolog�a y la ausencia de j�venes din�micos que decidan dedicarse a la agricultura lastran la modernizaci�n de los espacios rurales.
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En este contexto, ciertamente decadente, la Uni�n Europea promueve un importante esfuerzo para dinamizar los espacios rurales, considerados como sectores estrat�gicos, ya que de ellos depende una parte de la producci�n de alimentos. Esta decidida apuesta se fundamenta en la idea de espacios rurales con diferentes funciones (productiva, de ocio, conservacionista, residencial, etc.), donde es necesario la diversificaci�n de la actividad econ�mica, bajo el prisma de la sostenibilidad y respetando la singularidad de cada territorio.
Este nuevo impulso de desarrollo del mundo rural requiere de nuevas estrategias de promoci�n, gesti�n y desarrollo integral que busquen beneficios a largo plazo y que se desarrollan a trav�s de los programas de desarrollo local y territorial.
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