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  1. INICIOS DE LA LITERATURA CANARIA    
 
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Siglo XVIII

Rafael Fernández Hernández, “De los orígenes al siglo XIX”, en ¿Bajo el volcán?, Revista La Página, nº 76, La Página Ediciones, Santa Cruz de Tenerife, 1989, páginas 81-93.

SIGLO XVIII

En Canarias, como en el resto de España y en la cultura occidental, las ideas de la Ilustración penetraron en las minorías dirigentes e intelectuales a través de los principios filosóficos del racionalismo y del empirismo, de la ciencia y de la política. Personalidades como Adam Smith, George Berkeley, David Hume, Immanuel Kant, Jean-Jacques Rousseau o Voltaire, sin olvidar publicistas del Siglo de las Luces como Diderot y D’Alambert, que dieron a la estampa obras como L’Enciclopedie, en la que se recogía el conocimiento de la época, o bien el naturalista Georges Louis Leclerc, conde de Buffon, autor de Histoire naturelle, générale et particulière, cuyos 36 volúmenes encerraba todo el conocimiento natural hasta fechas próximas a su muerte en 1788, influyeron de forma decisiva para que el nuevo renacimiento clasicista, el llamado Neoclasicismo como ideal estético de la centuria, la huella francesa principalmente, llegara a todos los rincones y en ellos se impusieran el despotismo ilustrado y el rechazo a todo aquello que no estuviera iluminado, ilustrado, por la luz de la razón. Si nos remitimos a Europa, en esta centuria el progreso económico y el bienestar se logran gracias a la aplicación del conocimiento científico, esto es, se asientan las bases de lo que hoy día podríamos denominar la modernidad.

Estas ideas entran en España a través de una inicial oleada de preilustrados y personalidades de la llamada primera ilustración española (desde los novatores hasta Fray Benito Jerónimo Feijoo), pero la influencia de ese impulso renovador germinan en España más tardíamente, ya en la segunda mitad del XVIII, y con problemas e indecisiones para que fructificaran salvando el viejo pacto señorial entre Iglesia y Estado [La cultura del Barroco: Análisis de una estructura histórica, de José AntonioMaravall, Barcelona, Ariel, 1975], a lo que habría de agregarse la invasión napoleónica de España.

Si nos remitimos a Canarias, las Islas tuvieron un contacto con las ideas europeas y americanas de una forma directa y más temprana que en la Península gracias a las minorías cultas que, junto con el tráfico de mercancias con diversas partes del mundo y siendo Canarias un lugar de tránsito,  se aplicaron a la aclimatación de las nuevas ideas ilustradas y a su proyección en el territorio insular para modernizar las viejas estructuras económicas e incrementar el nivel cultural.

Como precisa Yolanda Arencibia en «El Siglo XVIII: Contextos y Literatura», Literatura de los siglos XVIII y XIX,  en Canarias los ilustrados,  al igual que  en otros lugares de España, crearon Sociedades Económicas de Amigos del País en Las Palmas de Gran Canaria, en La Laguna, en Santa Cruz de La Palma y en San Sebastián de La Gomera, en fechas muy cercanas a 1777, y ellas, además de fomentar las actividades académicas, sirvieron de singular beneficio a la sociedad en diversos campos: agricultura, industria y educación, principalmente. La enseñanza superior, por su parte, fue surgiendo no sin problemas: la sociedad canaria vio fracasar, en 1747, la Universidad Eclesiástica que había sido concedida a los agustinos de La Laguna en 1744; y luego, en 1777, vio poner en marcha el Seminario Conciliar en Las Palmas promovido por el Obispo Juan Bautista de Cervera. Por fin, conoció la concesión de una Universidad Literaria en La Laguna (1793), cuya puesta en marcha hubo de posponerse hasta 1816. En cuanto a las tertulias, fue la más importante (y la mejor documentada hoy) la de Nava, que reunió a los ilustrados tinerfeños en la residencia lagunera del Marqués de Villanueva del Prado, Tomás de Nava y Grimón.

El siglo XVIII es el periodo en que se produce la diáspora intelectual de nuestros más sobresalientes representantes de las letras y de la ciencia de la época, impulsados a formarse fuera de nuestras fronteras y a residir, para siempre o eventualmente, en la villa y corte madrileña: baste señalar José Clavijo y Fajardo, los hermanos Iriarte -y antes, su tío Juan, educado en París- Viera y Clavijo o el ingeniero Bethencourt.

Todos son eximios representantes del Siglo de las luces, delhombre ilustrado.  Se colocarán al frente de las tareas educativas, movidos por los principios críticos y didácticos de la centuria.

De ahí que unas de las tareas principales de todos de ellos fuera entregarse a la difusión de las ideas ilustradas a través de la ciencia (Bethencourt), de la historia (Viera y Clavijo), del periodismo incipiente en España (Clavijo y Fajardo), de la actividad política y diplomática (Bernardo y Domingo Iriarte) o la literatura y el teatro (Tomás Iriarte) con su proyección en Europa y en España.

Los viajes y la cartas serán unas de las formas de mantener esa proyección de las ideas, de la reflexión y de la crítica para mejorar la salud pública, la instrucción, el bienestar social y la educación de la sensibilidad. Así: Viera y Clavijo escribirá sus apuntes y extractos de los diarios de sus viajes por Francia y Flandes (1777 y 1778) y Italia y Alemania (1780 y 1781).

Como contrapunto del viaje europeo destaca el que los ilustrados canarios llevan a cabo por la Península: En el caso de Tomás Iriarte, durante una temporada de descanso en el verano de 1781, en Gascueña, el fabulista envía dos cartas a su amigo don Manuel Delitalia, marqués de Manca. En la primera de ellas relata el itinerario Madrid-Gascueña. En la segunda contesta al romance del amigo y contertulio de los salones de la condesa de Benavente, protectora del fabulista. Aquí se reúnen ambas cartas según la edición de Alejandro Cioranescu reunión ambas cartas de Iriarte con el título "Viaje a la Alcarria", en Dos viajes por España (ACT, Santa Cruz de Tenerife, 1976), en que hay una segunda muestra de la proclividad dieciochesca por el relato de viajes, referida a José Viera y Clavijo y su "Viaje a la Mancha".

Especial mención habría de hacerse de la figura y el genio del segundo marqués de la Villa de San Andrés y primer vizconde de Buen Paso, Cristóbal del Hoyo Solórzano y Sotomayor (Tazacorte, La Palma, 1677 – La Laguna, Tenerife, 1762), un ilustrado que se desenvuelve a caballo de dos siglos, cuyo talante crítico y fuera de lo común lo condujeron a ser perseguido por la corona y por la Inquisición. Tuvo una vida llena de lances de todo tipo, con los preceptivos viajes de formación de cualquier noble ilustrado: lo vemos ya en París con veinticinco años, o en Gran Bretaña, Bélgica  o Italia, siendo un gran lector que bebía de las fuentes lingüísticas originarias, sin necesidad de traducción, aún cuando en contadas ocasiones la hubiera,  y más tarde, en 1716, sufre proceso en la isla no sólo por su aspecto y formas de comportarse de acuerdo con las costumbres europeas, sino por enfrentarse a la opinión oficial de la Iglesia sobre el jansenismo. De las tres ocasiones en que estuvo preso, en el Puerto de la Cruz, y en Paso Alto, en Santa Cruz de Tenerife, durante los casi ocho años que duró su encierro en la segunda compuso su Paráfrasis del Salmo Miserere y su Testamento y preparó con ayuda la huida del Castillo de Santa Cruz de Tenerife en 1732. Ya en Madeira escribe su Soledad escrita en la isla de la Madera, parodia de Las Soledades gongorinas. Continúa luego a Lisboa. Hasta allí llega el largo brazo de la ley y se le retiene por haber incumplido la promesa de casamiento con su prima Leonor, para luego marchar Madrid  (1736 -1751). Ese espíritu de modernidad europea lo lleva a escribir Carta.. respondiendo a un Amigo suyo lo que siente de la Corte... (1745) en que critica con gran perspicacia a la Corte y a los cortesanos de la primera mitad del XVIII, publicada en parte con el título Madrid por dentro,  edición de A. Cioranescu (Tenerife, ACT, 1983). Si ya había adquirido fama de libertino y persona de dudosa religiosidad, a la vuelta a Tenerife en 1751 se le vuelve a procesar por haber incumplido la promesa de casamiento con su prima Leonor. Años más tarde, en su retiro de Icod, en Tenerife, la Inquisición vuelve a encausarlo por «hereje, calvinista, luterano» y varias imputaciones de esa jaez. Se le embargan las propiedades y emtre 1759 y 1761 vuelve a entrar en prisión, esta vez en el Convento de San Agustín de Las Palmas de Gran Canaria. Morirá en Tenerife un año más tarde. Hasta última hora la Inquisición no cejó de perseguirlo por causas varias hasta que el Santo Oficio aceptó la abjuración de levi y la obligación de cumplir un mes de ejercicios espirituales, así como entregarse sólo a la lectura de libros piadosos. Este fortísimo carácter, doblegado por la enfermedad y los años, fue uno de los ingenios canarios más sobresalientes de los siglos XVII y XVIII, brilló como el joven Viera y Clavijo en la tertulia lagunera de su amigo don Toman de Nava y Grimón.

Los Iriarte y los Clavijo

Pocas veces en la historia de España una familia ha influido tanto en la política y en la cultura como los Iriarte.  Al igual que la vida se muestra en diversas y oscilantes formas, los Iriarte famosos -don Juan (Tenerife 1702-Madrid 1771), el tío, eximio latinista, epigramático y catalogador de los manuscritos griegos de la Real Biblioteca, y los tres sobrinos, Bernardo (Tenerife 1735-Burdeos 1814), Domingo (Tenerife 1739-Gerona 1795)  y Tomás (Tenerife 1750-Madrid 1791)- pasaron por momentos de gran esplendor e influencia y por otros, en que perdieron el favor de los ministros del rey.  E incluso -sería el caso del mayor de los hermanos- el destierro, la ignominia y, al cabo, el olvido.  Contaron con la alabanza desmedida, lo que alimentó la vanidad de Tomás y la altanería de Bernardo.  También fueron objeto de la crítica zahiriente –esa que tanto cultivó el autor de la epístola Para casos tales-.  Muestra de ello es la que padeciera la familia por parte de Juan Pablo Forner y su Asno Erudito, con prólogo y fábula contra Tomás, y luego, extendida la crítica a los demás Iriarte, en especial a Don Juan, con Los gramátícos, historia chinesca. La crítica social y política contra los Iriarte -a manera de termómetro- ascendía o bajaba según lograsen los insulares mayores o menores cotas de influencia en los ámbitos de decisión de la vida española.

Cualquier tarea que uno emprenda en relación con los Iriarte está en deuda con Emilio Cotarelo y Mori, Agustín Millares Carlo, Diego M. Guigou y Costa, María Rosa Alonso, Leopoldo de la Rosa, Alejandro Ciaranescu o Russell P. Sebold.

Domingo Iriarte, el sexto hermano de los diecisiete que vieron la luz en el Puerto de la Cruz de la Orotava, revela esa impronta europea de los ilustrados canarios  en su buen hacer diplomático como Secretario de Embajada,  primero en Viena, y diez años más tarde en París. Viera y Clavijo en sus Cartas familiares nos muestra el talante galante, cortesano y europeísta de Domingo en sus cartas escritas en Madrid, el 17 de julio de 1781 y el 5 de marzo de 1782. También Viera dedicó –como a los demás Iriarte– a Domingo Iriarte un poema en que elogia su labor diplomática. [Octava real, una de las trece que constituyen su Nuevo Can Mayor o Constelación canaria del firmamento español, en el reinado del Señor Don Carlos Quarto (1805), adornado con láminas del prebedendado Antonio Pacho y Ruiz.]

Bernardo de Iriarte (1735-1814)  y José Clavijo y Fajardo (1726-1806)

Uno de los Iriarte que con más fruición cuidó el legado de su tío don Juan fue Bernardo de Iriarte Nieves-Ravelo, el segundo de los diecisite hijos habidos del matrimonio formado por Bernardo de Iriarte y Cisneros y Bárbara Níeves-Ravelo y Hernández Oropesa.  Nació en el Puerto de [La Orctava] la Cruz, el 18 de febrero de 1735.  Falleció en Burdeos, el 11 de julio de 1814.  Su actividad diplomática y especialmente política fue relevante desde un principio, a partir de la edad de 21 años, Estuvo en la primera Secretaría de Estado hasta 1780 y luego pasó al Consejo de Indias.  Pero de esta faceta no nos vamos a ocupar aquí, pues capítulo aparte merece su labor teatral, tanto la de traductor de textos franceses -Tancredo, de Voltaire- como la referida a la labor reformadora del teatro del Siglo de Oro. Ese vasto esfuerzo de refundición de las obras antiguas para adaptarlas a la estética díeciochesca le hace decir en carta a don José Nanuel de Ayala, "comisario corrector de dramas para el teatro de la corte"-, que sobre las comedias.

Inporta remendar todas las que buenamente se pueda de Calderón, por el concepto que merecen, como por la ingenioso, aunque uniforme, de los enredos; pero tanto en estas como en las demás de otros autores, como Rojas, Moreto, Solís, etc., se debe procurar acercar todo lo posible las unidades; suprimir apartes, comparaciones poéticas y todo la que huela a flor, río, peña, monte, prado, astro, etc., etc.; cercenar gracias intempestivas de graciosos, señaladamente en las escenas serias y esenciales de los dramas, y quitar del todo cuanto destruya la ilusión.

Se les ha criticado a Bernardo y a Tomás de Iriarte ese punto de fatuidad, del que se quejaba Cotarelo y se quejan otros estudiosos, y de que hace gala el primero de los hermanos en el mismo escrito, un poco más adelante.

Toda comedia de magia, de frailes, diablos (allá va todo); todas aquellas que tienen segunda, tercera, cuarta, quinta y milésima parte deben sepultarse para siempre en el archivo de los idiotas, aunque clamen estos y las cómicos.  La razón de que hacen dinero con ellas no es razón para el Gobierno, ni para la gente racional, que debe impedir se cebe la plebe y los Ignorantes en farsas disparatadas.

Todas sus otras recomendaciones acerca de la naturalidad interpretativa, en la línea de representación de los sainetes; o sobre las críticas de la afectación y del olvido del cómico de la presencia de la "cuarta pared" -para Bernardo, “una pared de dos varas de grueso"- no casaban muy bien con los gustos de un público empeñado en revivir el espectáculo teatral de acuerdo con la herencia de sus mayores.  Esos idiotas más cerca estaban de las "tontísimas fórmulas" -al decir del Iriarte reformador- de don Ramón de la Cruz que no del nuevo gusto de la élite neoclásica.

Bernardo sigue las pautas de los ilustrados de la segunda mitad del XVIII, cifrada en primer lugar en la ascendencia y magisterio de su tío Juan de Iriarte, pero también educado en el espíritu del Padre Feijoo (1676), y en la estética de Agustín de Montano (1697) y la Poética (1737) de Ignacio Luzán (1702), estos dos últimos animadores de la “Academia del Buen Gusto” (1749-1751); y, desde luego, manifestándose seguidor entusiasta del más puro estilo neoclásico de quienes vendrían inmediatamente después al calor de la “Tertulia de la Fonda de San Sebastián” (1770), de la mano de Nicolás Fernández de Moratín (1737) y de su propio hermano Tomás de Iriarte (1750). Es digna de mención su «Relación histórica del terremoto de Lisboa», de 1 de noviembre de 1755.

Esa función institucional de Bernardo de Iriarte en pro de la reforma de la escena española está precedida de todo un programa de actuación llevado a cabo por otro canario nacido en Teguise, José Clavijo y Fajardo (Teguise, Lanzarote, 1726-Madrid 1806), como director del semanario madrileño El Pensador. Cada lunesfustigaba, recomendaba y criticaba todo lo que desde su óptica ilustrada creía caduco, de mal gusto o inconveniente para el desarrollo de las ideas de la ilustración.

Fue traductor del teatro francés, corrector de textos dramáticos en su etapa de director de los Teatros de los Reales Sitios.  Pero su larga fama es debida –dentro y fuera de nuestras fronteras- a dos circunstancias muy diversas: su contribución con Moratín padre a la creación de un estado de opinión en contra de los autos sacramentales, prohibidos más tarde por real decreto de 11 de junio de 1765.  En segundo lugar por constituir su figura el motivo central de las obras Clavijo de W. Goethe, Fragmento de un viaje a España, 1774, de la cuarta Memoria, de Beaumarchais –su gran enemigo-, Norac et Jovalci, 1785, de Marsollier; además de otras tantas, ya dentro del siglo XIX.  También fue autor de una zarzuela, La feria de Valdemoro.

Aunque el primero que estableció una reflexión sobre el teatro fue Nasarre en su Disertación sobre las comedias de España, en 1749, Clavijo y Fajardo fue quien atacó sistemáticamente a lo largo de los distintos “pensamientos” el teatro del Siglo XVII y, en especial, el sistema dramático calderoniano, los Autos Sacramentales y las comedias de santos y de magia. En efecto, en contra de los Autos arremete en los Pensamientos XL y XLIII, aparecidos en 1763. Pero el ataque al teatro barroco está en los Pensamientos III, IX, XXII, XXVI y XXVII. Como se ha dicho, parece como si para llegar a los Autos hubiera orquestado muy bien la campaña. Obsérvese que este programa de depuración del teatro de los Siglos de Oro, especialmente el que se refiere a los Autos, se remata con la publicación de la Real Cédula de 9 de junio de 1765, por la que se prohibía en todo el reino la representación de los Autos Sacramentales.

Esta labor de Clavijo y Fajardo tuvo sus detractores y también defensores: le respondieron  Romea y Tapia, en su periódico El Escritor sin título, y Francisco Mariano Nifo con su folleto La nación española defendida de los insultos del “Pensador” y sus sequaces en defensa de las comedias (1764). Sin embargo, Nicolás Fernández de Moratín lo defendió con sus tres Desengaños al teatro español (1762-1763).

El teatro le parece a Clavijo y Fajardo una manifestación útil, educativa y placentera de la sociedad, consideración ésta sobre las que volverá una y otra vez. En el Pensamiento XXIII, y como introducción a unas "reflexiones sobre el Theatro" defiende esa idea:

"las representaciones theatrales son, no digo útiles, sino necessarias: que no puede haver razon, ni autoridad para desterrarlas; y que merecen el mayor cuidado, y fomento de parte del gobierno, que no haya llegado a desconocer la poderosa influencia del theatro, para corregir las costumbres de los hombres". (11, XMII, 295-6).

En defnitiva, Clavijo se alinea frente al teatro del Siglo de Oro aduciendo argumentos de razón, de decoro, de buen gusto para defender con rigor, con profesionalidad y con valentía sus ideas, que son, no podía ser de otro modo, las de su tiempo ilustrado.

La otra faceta teatral de Clavijo y Fajardo tiene que ver con su labor de traductor y adaptador dramático. Siguiendo a Millares Carlo [II, págs. 261-275], habría de recordarse las traducciones: El Vanaglorioso, comedia en prosa. Traducida del francés en cinco actos, cuyo título original es Le Glorieux (1732), obra de Philippe Néricault Destouches (1680-1754); El heredero universal, comedia en prosa en cinco actos, traducción de Le légataire universelle (1708) de Jean François Rognard (1655-1709). O bien La feria de Valdemoro, zarzuela, Madrid, 1764, inspirada en Il mercato di Monfregado, de Goldoni; Otras ya sean atribuidas, Sainete nuevo. Beltrán en el serrallo, o citadas por Viera y Clavijo en Noticias: La Andrómaca, tragedia de J. Racine y El barbero de Sevilla, de Beaumarchais.

José de Viera y Clavijo (Realejo Alto, Tenerife, 1731, Las Palmas de Gran Canaria, 1813).

Desde su etapa escolar en Viera y Clavijo se impone tanto el estudio de las lenguas vivas (francés, del italiano o del inglés) como el afán de conocer a través de la lectura. En esos primeros años de aprendizaje incluso escribe, entre otros textos, Vida del noticioso Jorge Sargo, un obra en que discurren rasgos de la novela picaresca.

Se ordena sacerdote en la década de 1750 en Las Palmas de Gran Canaria y vive el ambiente de la vida lagunera desde 1757, época en la que participa en la  tertulia del marqués de Villanueva del Prado, de cuyo círculo sería el más agudo intérprete del espíritu crítico de las ideas ilustradas y conspicuo lector de la bien surtida biblioteca de don Tomás de Nava. Fueron miembros de esta tertulia: Tomás de Nava Grimón y Porlier (La Laguna, 1734-1779), Cristóbal de Hoyo-Solórzano, Marqués de la Villa de San Andrés y Vizconde de Buen Paso (1677-1762), José de Viera y Clavijo (1731-1813), Juan Antonio de Urtusáustegui (Tenerife, 1731-1794), Teniente Coronel de Milicias de Canarias, Fernando de la Guerra, Marqués de la Villa de San Andrés y Vizconde de Buen Paso (1734 -1799), D. Lope de la Guerra y Peña, su hermano, regidor decano de la Laguna, Juan  Antonio de Franchy y Ponte, y sus hijos; Martín de Salazar, Conde del Valle Salazar, Lorenzo, su tío; el regidor Fernando de Molina y Quesada; Miguel Pacheco Solís, Juan Antonio Urtusáustegui, José de LIarena y Mesa, el caballero de Calatrava Agustín de Bethencourt y Castro, etc.

De esta época lagunera compone títulos, entre otros,como: Vejamen a la intemperie de la ciudad de La Laguna (1757), Papel hebdomadario (1758 y 1759); Las gacetas de Daute (1765), Poema de los Vasconautas (1766), Elogio de Diego Sánchez, Barón de Pun (1768), El jardín de las Hespérides, etc. En 1770 parte para Madrid con el fin de imprimir lo que tenía ya elaborado de su  Noticias de la historia general de las Islas de Canaria, obra con la que sienta las bases de los estudios historiográficos insulares.  Pasó a ser ayo del marqués del Viso, hijo de José Joaquín de Silva y Sarmiento, IX marqués de Santa Cruz.

Además de lo que relata en sus Memorias literarias sobre su estancia en la Corte (1770-1784), son importantes sus cartas, recogidas en la actualidad en cuatro volúmenes manuscritos [A. Cioranescu, V. Galván, R. Fernández], en las que Viera anota todas y cada una de las impresiones que plasma sobre personalidades, hechos y circunstancias históricas vividas por él de primera mano. Las cartas, como han demostrado J. Rodríguez Moure, A. Millares Carlo, B. Bonnet, María Rosa Alonso o A. Cioranescu, constituyen, en primera instancia,  un material imprescindible para conocer parcelas del pensamiento, carácter y alcance intelectual del primer historiador moderno de las Islas Canarias. Pero no deja de ser cierto lo que señala Victoria Galván en La obra literaria de José de Viera y Clavijo [Las Palmas de Gran Canaria, 1999]  al afirmar que los comentarios sobre obras de botánica, de química, de historia, de oratoria o de biografía abundan mucho más que los referidos a la poesía o al teatro. Las referencias a lo específicamente literario son concisas anotaciones «a libros y obras que, en la mayoría de los casos, no exceden de la estricta mención» [pág. 121.]

También permiten que el lector de hoy conozca los entresijos de ciertas parcelas de la historia, la ciencia, la cultura, la literatura y la historiografía de los siglos XVIII y XIX a través de los ojos de un testigo de excepción: perspicaz crítico, adscrito a los principios de la Ilustración, europeísta, caracterizado, además, por una permanente curiosidad científica y social, y por un humor sazonado con pizcas de sal gruesa, cuando la oportunidad lo requiere. Todo esto, en distinta medida y dosificado de acuerdo con la situación epistolar y según la persona a la que se dirige Viera, en ocasiones de una forma más abierta, y otras con velos alusivos, es un material de primera mano para conocer a personajes internacionales del mundo de las ciencias, de la historia, de la diplomacia, de la Iglesia, unos canarios (Vizconde Buen Paso, Clavijo y Fajardo, los Iriarte o Porlier) y otros peninsulares y extranjeros (Cavanilles, marqués de Santa Cruz, Campomanes, Franklin, Sigaud de la Fond, Voltaire, D’Alambert o el Papa Pío VI). Pero también importan para penetrar en la personalidad del Arcediano de Fuerteventura la ironía, el ingenio, su moderna concepción de la educación y de la moral rousseaunianas, el tono sentencioso, aunque siempre atemperado por la chispa de humor.

En 1772 y 1773 publica en la imprenta de Blas Román el primer y segundo tomos de su obra histórica. Y ya en 1774 fue nombrado académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.y supernumerario en 1777.

Otra fuente de la experiencia ilustrada y científico-literaria de Viera son sus relatos y diarios de viajes en que cuenta, primero, sus vivencias y pormenores por las tierras del marqués de Santa Cruz en la Mancha y en Andalucía en 1774 [Alejandro Cioranescu, Dos viajes por España, 1976;  R. Fernández, Los Iriarte, 1992] y, segundo, los que realizara, por una parte, entre 1777 y 1778 por Francia y a Flandes con los familiares de José Joaquín de Silva y Sarmiento, y, por otra, entre 1780 y 1781 sólo con el marqués por Italia, Viena y Alemania con la finalidad de que éste se casase después de perder a su primera esposa. [Victoria Galván, La obra literaria de José de Viera y Clavijo, 1999;  Rafael Padrón Fernández, Diario de viaje desde Madrid a Italia, 2006; Rafael Fernández, José Viera y Clavijo. Algunas cartas familiares (1770-1807), 2006]. Este Viera de las cartas ofrece la visión deslumbrada de una Europa que avanza a través de las ciencias, de los nuevos avances de la tecnología de la época, de la concepción avanzada del desarrollo social y de las nuevas ideas políticas y filosóficas. Viera se muestra encantando de conocer a las primeras figuras de las ciencias y de la literatura europea. Cuando se referie a la España de la época, se duele del atraso de las tierras peninsulares y también del alejamiento de las Islas.

En 1779 y 1782 la Academia Española le premia, respectivamente, Elogio de Felipe V y Elogio de Alonso Tostado. También en 1779 publicó el poema científico en cuatro cantos Los aires fijos, obra que compone a partir de los conocimiento adquiridos en su etapa viajera en París. Una de la peculiaridades no sólo de Viera sino de los ilustrados era combinar la divulgación científica con la actividad traductora de textos clásicos y contemporáneos. Así por esos años traduce las Geórgicas de Virgilio. Y en 1783 publica el cuarto y definitivo tomo de Noticias de la historia general de las Islas de Canaria en 1783.

Al ser nombrado arcediano de Fuerteventura regresa de la corta a Las Palmas de Gran Canaria en septiembre de 1784. Aunque se ha dicho que le faltó el genio feliz de la creación literaria, sí podemos afirmar que en el arte escénico, aun siendo un puro defensor de las reglas clásicas del teatro, y no aportando nada especial en ello, hay dos aspectos por los que podemos destacar a este potente intelectual: Primero, por ser el precursor de lo que podemos denominar el teatro infantil en nuestras Islas con el drama en un acto La espada, como ya recordábamos en Teatro canario (Siglos XVI al XX) I [pp. 29-30 y 135-144],. Esta pieza, escrita sin ambición literaria, con una voluntad educativa y moralista, aparece al final del manuscrito que reúne una serie de cuentos de niños, conservado en la biblioteca de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife, en La Laguna. El conjunto de los textos didácticos aunque se publicó con el título Cuentos de niños, en 1804,  y la tradujo Viera en 1784 destinada a los hijos del marqués de Santa Cruz [R. Fernández, Teatro canario (Siglos XVI al XX), vol 1,1991; Historia crítica. Literatura canaria. Siglo XVIII, vol 2,2003].

Segundo, porque Viera, así como ocurre con otros dramaturgos, también se vio sometido en alguna ocasión al gusto del público, y así escribe por encargo del VI marqués de Villanueva del Prado, don Tomás de Nava-Grimón y Benítez de Lugo, su amigo, una pieza inédita, intitulada La lealtad de Tenerife, coloquio dramático representado en La Laguna a propósito de los festejos celebrados por la proclamación de Carlos IV, en 1789.

Ya en Las Palmas de Gran Canaria hasta su fallecimiento en febrero de 1813 dirige la Real Sociedad Económica de Amigos del País. Continúa con traducciones de obras poéticas y teatrales. Obras poéticas originales: El nuevo Can Mayor o constelación canaria (1800), Las Bodas de las Plantas (1804), etc. Esta intensa actividad literaria culmina con una de sus obras más emblemáticas, Diccionario de Historia Natural de las Islas Canarias (1799).

Tomás de Iriarte Nieves-Ravelo (Tenerife, 1750-Madrid, 1791)

Tomás de Iriarte, el más famoso de la familia, cultivó diversas facetas en su actividad ilustrada: la lingüística, la literaria como fabulista, la musical y la dramática.   Pertenece a la segunda generación neoclásica española junto a autores como Samaniego o Meléndez Valdés.
  Sus estudios iniciales los comenzó con su hermano fray Juan Tomás.  Su tío lo mandó a llamar a Madrid en 1764.  Después de una vida de intensa actividad literaria, dramática y académica, muere, enfermo de gota, el 17 de septiembre de 1791.

En la capital de España se instruye en lengua francesa y frecuenta asiduamente las tertulias literarias. Al fallecer don Juan de Iriarte en 1771, Tomás le sucedió como Oficial Traductor de la Primera Secretaría de Estado.  Ese mismo año escribió Los literatos en cuaresma así como poesías que se podrían denominar de carácter menor. Iriarte había impreso el año anterior la comedia Hacer que hacemos, con el anagrama de don Tirso Imareta.  Tradujo del francés, para los Sitios Reales, obras de Moliére y Voltaire; la comedia El filósofo casado, La Escocesa, la tragedia El huérfano de la China.  Asmismo, durante esas años también compuso piezas originales, como el drama El amante despechado y el sainete La librería.

El rey lo nombra archivero general del Consejo Supremo de Guerra en Junio de 1776. Publica dos comedias sometidas a la preceptiva clasicista: El señorito mimado y La señorita malcriada. Junto con estas obras, la fama de Iriarte se debe también a las Fábulas literarias (1782), auténtica preceptiva literaria de orientación neoclásica con influencias de Aristóteles u Horacio, constituida como es de rigor por una compilación de apólogos con un contenido didáctico. Tomás de Iriarte organiza un corpus de setenta y cinco fábulas que constituyen un auténtico manual de ética literaria, divididas en cuatro series: una se refiere a las cualidades que deben tener las obras literarias, otra alude a los defectos literarios de los autores, otro grupo está dedicado a los críticos, y un cuarto centra su atención en los lectores. [Fábulas literarias, Sebastián de la Nuez (ed.), 1976].

Posteriormente en su retiro de Sanlúcar de Barrameda, donde había ido a reponerse de su enfermedad, escribe, en 1790, la comedia El don de gentes y la pieza cómica Donde menos se piensa salta la liebre. Una de sus últimas obras fue Guzmán el Bueno. También se aventuró en el mundo periodístico, pues dirigió el llamado Mercurio Histórico Político.

Dos piezas didácticas

Después de la comedia de principiante, Hacer que hacemos (1770), las tres piezas teatrales más importantes, entre las que compuso Tomás de Iriarte, son El señorito mimado, La señorita malcriada, y El don de gentes o la habanera.  Esta tercera trata de la mujer perfecta y fue compuesta en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) en 1790. También es autor de una zarzuela asainetada, Donde menos se piensa salta la liebre. Como señala Russell P. Sebold  en la «Introducción» a El señorito mimado. La señorita malcriada [1978, pág. 42] estas dos últimas obras «no se imprimieron hasta 1805» [Obras, VIII, 69-315].

El señorito mimado y La señorita malcriada siguen el canon de excelencia neoclásica, dentro del teatro didáctico, junto con otros géneros de ese estilo dramático dieciochesco, como la tragedia y la expresión sentimental. Con esta última, el teatro didáctico, que ensalza las buenas costumbres, tiene temáticamente en común, además del aleccionamiento educativo, la enseñanza moral.

Recordemos a este propósito una de las piezas teatrales de José de Viera y Clavijo, La espada, que pretende la educación y el aleccionamiento de un joven noble, a través del buen uso de ese objeto o signo de distinción de la nobleza.

Del ensayo poemático “La Músíca" al  melólogo "Guzmán El Bueno": De lo europeo al drama nacional

El teatro, la reflexión y la lírica son tres de las formas de expresión musical del autor portuense. Fue Tomás de Iriarte el creador del melólogo en España.  Género que tuvo mucha popularidad hacia la segunda mitad del siglo XVIII y la primera del XIX. Nos llegó de Europa. Esta forma dramática es una variante del melodrama.  En el melólogo el texto hablado, los parlamentos, son acompañados por la música. Así pues, la voz no canta, sólo declama sobre un fondo musical.  Melólogos son Pigmalión (1762) de J. J. Rousseau; Ariadna y Medea (1775), de Georg Benda; Egmont (1810), de Beethoven; El cazador furtivo (1821), de Weber; El sueño de una noche de verano (1825), de Mendelssohn; o Manfredo (1848), de Schumann.

El musicólogo José Subirá publicó en 1949 y 1950 los dos volúmenes de una documentada obra que tituló El compositor Iriarte (1750-1791) y el cultivo español del melólogo (melodrama) y en la que trata de la historia del melólogo en Europa.

El personaje y el marco histórico son bien conocidos, Don Alonso Pérez de Guzmán, leonés de la segunda mitad del siglo XIII.  Apresado uno de sus hijos por el rey marroquí, éste convino al castellano a que entregase la plaza de Tarifa.  En caso contrario, mataría a su hijo, aún un niño.  Guzmán el Bueno,lejos de rendirse, entregó su propia daga a los moros para que con ella hicieran efecto la amenaza.  Este dramático momento es el que se representa en esta pieza de Tomás de Iriarte. Se desarrolla, así, ante nuestros ojos, una lucha psicológica representada mediante una tragedia interior. Con estas pinceladas prerrománticas, Tomás de Iriarte recoge lo más esencial de la tradición dramática de Guzmán el Bueno.  Nos la ofrece desnuda para que el carácter teatral se manifieste en su estado más puro, desde las primeras notas musicales y los primeros acentos del verso dieciochesco.

Este melólogo lo compuso Tomás de Iriarte antes de morir, el 17 de septiembre de 1791, la víspera de sus cuarenta y un cumpleaños. Lo escribió en Sanlúcar de Barrameda, adonde había ido a aliviarse de la enfermedad de gota.  Se estrenó en el Teatro del Príncipe el 26 de febrero de aquel afio y se mantuvo en cartel hasta el siguiente 8 de marzo. Sin embargo, si exceptuamos nuestra edición de 1992 [Los iriarte, págs.299-325], habría que destacar la de 1818; la primera es de 1790.

Una pieza asainetada 

La librería, publicada en Obras de Tomás de Iriarte [1787 T. V] es un sainete según el estilo de los de don Ramón de la Cruz. De las 15 escenas de que consta la obra, a partir de la tercera se perfilan, a través de sucesivas contraposiciones, situaciones dramáticas jocosas, equívocos, etc., en los que "juega" el viejo procedimiento de ofrecerle más datos al público sobre la acción que lo que sabe cada personaje aisladamente.  Al cabo, se precipita el desenlace feliz e ingenuo de este subgénero cómico y popular, el sainete de la época.  Iriarte se atiene a las unidades neoclásicas de tiempo, acción y lugar, aunque la primera no sea explícita sino se suponga que lo representado acontece en una jornada y la acción se ramifique para ofrecer situaciones cómicas y perfilar el carácter de los personajes más risibles.

Dos direcciones del otro teatro insular: de los temas canarios al compromiso político de las ideas ilustradas

En el panorama insular destaca Cristóbal Afonso (La Laguna 1724 – Garachico 1797) como autor de la época de Clavijo y Fajardo. Según ha dejado escrito su hijo Graciliano Afonso en la nota 7 de las páginas 29-30 de su Oda al Teide,  compuesta el 6 de junio de 1837, pero publicada  en Las Palmas de Gran Canaria, en 1853, junto con otras tres composiciones suyas con paginación independiente, Cristóbal Afonso escribió farsas, zarzuelas y entremeses. Además también nos informa de que su padre compuso La victoria de Acentejo, «con la que concurrió  al premio de la Sociedad Patriótica de La Laguna», aunque sólo sabemos que se representó en La Laguna en las fiestas reales de Carlos IV, según indica Agustín Millares Carlo en su Biobibliografía [I: pág.26], esto es, en 1789. Según el propio testimonio de su hijo, La victoria de Acentejo es una obra  al «estilo de la muestra antigua y más que todos [se parece] al de Calderón, al que se sabía casi de memoria..».

Antonio Saviñón Yánez (La Laguna 1768 – Madrid 1814), uno de los autores teatrales canarios del siglo XVIII que no sólo abogó por un programa de reformas sino que las llevó a la práctica mediante la acción política. También nos referiremos a aquellos autores que desarrollaron su labor cultural en las Islas durante el Siglo de las Luces y ya en las dos primeras décadas de la siguiente centuria. Incluso habría que citar aquellos otros que, sin ser autores teatrales, sus textos literarios y crónicas podrían dar otra suerte de luz para iluminar aspectos de la actividad dramática en Canarias. Sobre este clérigo liberal, diputado y abogado de los Reales Consejos, nos informan Blanco García [1891], Emilio Cotarelo [1902], F. Martínez Viera [1968], S. Padrón Acosta [1968].  Saviñón Yánez murió en la cárcel por defender sus ideas liberales; tradujo piezas teatrales que son versiones con una gran impronta personal, y, a cuyo través, el público español aplaudió el genio de intérpretes como Isidoro Márquez: Alejandro en la India. El original fue una ópera de Metastasio. Se estrenó en el teatro de la Cruz el 4 de noviembre de 1788. La muerte de Abel, tragedia en tres actos y en verso, Madrid, 1803. Obra original de Le Gouvé. A. Saviñón publicó la traducción acompañada de un Prólogo en el que justifica su versión. Roma libre, tragedia en cinco actos, traducción libre de Bruto primero de Alffieri. Se estrenó en el teatro de Cádiz el 25 de junio de 1812 para celebrar “la Constitución de la monarquía española” y se imprimió ese año en la misma capital andaluza. También se representó en Icod de los Vinos en la primera mitad del siglo XIX, como se indica en el semanario La Aurora [I, (1847), p. 49], Polinice o Los hijos de Edipo, tragedia en cinco actos, cuyo original es Polinice de Alffieri. La traducción se estrenó en el teatro de los Caños del Peral el 15 de abril de 1806. Según Emilio Cotarelo la obra se estrenó en el Teatro de la Cruz («Máiquez no se presentó –en el teatro de la Cruz- hasta el 15 estrenando la tragedia de don Antonio Saviñón, Los hijos de Edipo» [Isidoro Márquez y el teatro de su tiempo, 1902, págs. 234-235] Y se  publicó en la Imprenta de doña Catalina Piñuela, en 1814. Niña loca de amor, drama en dos actos, en prosa y música; traducido del italiano. Impreso en Cádiz, 1815. Numancia. En la portada puede leerse <<tragedia española, refundida por don Antonio Sabiñón. Representada en el teatro del Príncipe, año de 1816. Madrid, Por Ibarra, Impresor de Cámara de S.M. 1818>>. La obra es original de Ignacio López de Ayala; Saviñón la refundió en 1813.  Esta fue la última obra que interpretó Isidoro Máiquez, antes de su declinar hacia la muerte. E. Cotarelo (1902: 453-455) nos dice que sólo se representó los días 24 y 25 de noviembre porque ya el actor «no pudo soportar el esfuerzo que exigía esta obra después del mes que llevaba, y de nuevo cayó seriamente enfermo al terminar la representación del 25». Y más adelante destaca: «Es en verdad muy singular que su última obra fuese la Numancia, la tragedia más española de todas las que había declamado en su dilatada carrera». Como textos complementarios del teatro de A. Saviñón debemos tener en cuenta los «Documentos» que recoge la Biobibliografía [VI: 311] con los números 1 y 2, cuyos titulares son, respectivamente:  Proceso por la traducción de la tragedia “La muerte de Abel”, impresa en Madrid en 1803. 1806 [Archivo Histórico Nacional, Inquisición de Canarias, sig. 2391, núm. 29]. Carta de los inquisidores sobre prohibición de «La muerte de Abel». 1815. [Las Palmas, Museo Canario, Inquisición, Correspondencia, libro 10, fol. 20v].