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ANTIGÜEDADES

Marcos Martínez. Universidad Complutense de Madrid

    1. Los amigos que dirigen tan diligentemente la revista  La Página me solicitan una pequeña colaboración para el presente número, que pretende celebrar sus primeros veinte años de periódica y puntual salida a la luz. Con mucho gusto he aceptado su ofrecimiento, pues ello me va a permitir exponer de forma concisa y divulgativa los últimos resultados de la investigación de un periodo histórico tan controvertido de nuestro Archipiélago como el correspondiente a la Antigüedad y Edad Media. Desde que en el año 1987 me incorporé a la Universidad de La Laguna como Catedrático de Filología Griega hasta el día de la fecha no he dejado de aportar mi pequeño grano de arena al esclarecimiento de toda una serie de cuestiones, de la más variada índole, que se le plantean al estudioso del citado periodo de nuestra Historia. Así como la historia de Canarias desde el momento de su incorporación a la Corona de Castilla en el siglo XV hasta el momento presente ha sido, en general, suficientemente bien estudiada, hasta el punto de que es difícil que surjan nuevos datos que alteren sustancialmente lo ya conocido, no ocurre lo mismo con la etapa que va desde los orígenes, sean éstos cuales sean, hasta finales del siglo XIV. Éste es el corte cronológico que a mí, particularmente, más me interesa, de suerte que el tema de “Canarias en la Antigüedad” se ha convertido en una de mis áreas de conocimiento predilectas. Se trata de un periodo de la Historia de Canarias plagado de enormes dificultades por la índole de los textos que se refieren a él y la aparición de restos arqueológicos de diversos tipos, las más de las veces objeto de apasionantes polémicas, que documentan variados  aspectos del mismo. Efectivamente, la Filología y la Arqueología son las dos disciplinas que más tienen que decir para esclarecer la Historia del periodo que comentamos. Obviamente, en las líneas que siguen a continuación me ocuparé de lo que concierne a la primera.

2.En la historiografía canaria está muy extendida la idea de que la verdadera historia de  Canarias comienza con la llegada a nuestras islas de marinos europeos en el siglo XIV y la consiguiente aparición de las primeras representaciones cartográficas de nuestro Archipiélago. Nada más lejos de la realidad. Las Islas Canarias están presentes en el universo cultural occidental desde los albores de las primeras civilizaciones que poblaron el Viejo Continente, entre ellas la griega y la romana, continuadas luego en la Edad Media con las civilizaciones bizantina y árabe. Lo que ocurre es que esta presencia de Canarias en las fuentes escritas de estas civilizaciones no siempre se produce de manera diáfana e inequívoca. En el análisis de estas fuentes hay que practicar una meticulosa y profunda operación filológica con objeto de separar lo que pudiera ser estrictamente histórico de lo que no lo es, como el mito y la leyenda. Precisamente, esta separación entre el mito y la historia en los textos grecolatinos, y, en algunas ocasiones, árabes, tradicionalmente referidos a Canarias fue uno de mis objetivos prioritarios en mi primera publicación oficial sobre el tema que nos ocupa: “Canarias en la Antigüedad: mito y utopía” (Historia de Canarias, vol. I, ed. Prensa Canaria, Valencia, 1991). En este trabajo planteaba la necesidad de proceder a una rigurosa separación en las fuentes clásicas grecolatinas en relación con nuestras islas de los datos que pudieran  considerarse más o menos históricos de aquellos otros envueltos en la nebulosa del mito y la leyenda. Pero esta separación no implica que le restemos importancia al significado del mito en los primeros albores de nuestra historia y cultura literaria. Entre los historiadores se piensa, en general, que el mito es lo opuesto a la historia, considerando a ésta como verdadera y a aquél como falso. Puede decirse, hasta cierto punto, que los historiadores consideran la mitología como producto de la ensoñación y fantasía y que, por lo tanto, poco tiene que aportar a la causa histórica. Las relaciones entre el mito y la historia no deben enfocarse de manera tan antagónica, dado que en toda mitología hay cierto grado de realidad, especialmente si entendemos el mito como relato que, transmitido por la tradición, se mantiene en la memoria de los pueblos y sirve a las civilizaciones como explicación y sentido del mundo circundante. De ahí que para muchos estudiosos, como, por ejemplo, G Dumézil, el mito viene a ser un tipo más de historia tradicional, por lo que el uno y la otra se encuentran inexorablemente mezclados. Dada su influencia en la constitución de la personalidad y comprensión de los individuos y pueblos, ni siquiera como frutos de la fantasía los mitos deben ser menospreciados. Por lo que a Canarias se refiere, desde hace ya algunos años vengo sosteniendo que asistimos tanto a una “historización del mito”, como a una “mitificación de la historia”. En consecuencia, veamos a continuación lo que hay de mito e historia en relación con nuestro Archipiélago en la Antigüedad.

MITOLOGÍA

    3. A la hora de hablar de “Mitología canaria” es fundamental distinguir dos aspectos: la mitología procedente de la vieja Europa, principalmente de origen griego, romano y árabe, y la mitología que podríamos llamar aborigen o autóctona, propia de la primitiva población prehispánica. Es ésta una distinción que hizo en 1979 A. de la Nuez (La Isla) cuando afirmaba: “Por mitología canaria podemos entender: primero, todos aquellos mitos clásicos o medievales relacionados con Canarias; segundo, los de la religión que los guanches profesaban”. Pues bien, basándonos precisamente en esta cita llevo años distinguiendo en mis investigaciones sobre los aspectos mitológicos de la Historia de Canarias dos grupos de temas. Al uno lo he denominado “Imaginario canario grecolatino” y en él he incluido mitos como el de Océano, Columnas de Hércules, Islas de los Bienaventurados, Jardín de las Hespérides, Campos Elisios, Islas Afortunadas, Atlántida, Jardín de las Delicias, San Borondón y Paraíso. Son diez mitos (el decálogo mítico de las Islas Canarias ) que, de una u otra manera, están enraizados en la primera historia y literatura canarias, hasta el punto de constituir como una especie de trasfondo mítico de la cultura canaria (de lo que he hablado largo y tendido en mi libro Las Islas Canarias en la Antigüedad clásica. Mito, Historia e Imaginario, 2002). Casi todas las Historias de Canarias, al menos las más clásicas, como las de Torriani, Abreu Galindo, Viera y Clavijo (véase mi reciente ensayo “La tradición clásica en un ilustrado canario: José de Viera y Clavijo”,  AIEC, L-LI, 2007), Millares Torres, Chil y Naranjo (véase mi artículo “La tradición clásica en la historiografía canaria del siglo XIX: Gregorio Chil y Naranjo”, en El Museo Canario, LXII, 2007), suelen dedicar algunos de sus capítulos, entre otros, al comentario de cuestiones como las que hemos incluido anteriormente en nuestro imaginario canario grecolatino. Así, por ejemplo,  Viera y Clavijo, el más clásico de nuestros historiadores, dedica varias páginas del libro primero de su archifamosa Noticias de la Historia General de las Islas Canarias a debatir por qué nuestras islas “fueron representadas por Campos Eliseos”, o por qué se “llamaron Islas Afortunadas”, o “si son las Hespérides y las Górgades”, o por qué su epíteto de Atlánticas” o “si fueron parte de la Atlántida de Platón”, o de “la famosa cuestión de San Borondón”, que son casi todos los temas del decálogo mítico que hemos incluido en nuestro imaginario canario grecolatino. Este imaginario se nutre de una serie de textos de autores griegos, latinos y, ocasionalmente, árabes que arrancan con Homero (s. VIII a. C.) y continúan con Hesiodo, Píndaro, Platón, Estrabón, Virgilio, Horacio, Mela, Plinio el Viejo, Ptolomeo, Plutarco, Arnobio, Solino, Capela, etc., para seguir con autores medievales como Isidoro de Sevilla, Rabano Mauro, Michael Attaliates, Al-Masudi, Al-Bakri, Al-Idrisi, libro de viajes  como la Navigatio  y la Vita de San Brandán, etc. Con el correr de los tiempos y sobre la base de los textos de estos autores, y de otros muchos que no hemos mencionado, se ha venido tejiendo en torno a nuestro Archipiélago toda una historia  mítico-legendaria de nuestra protohistoria que hemos calificado en alguna ocasión como el “gran mito de Canarias” (véase nuestro libro Canarias en la Mitología, 1992). El otro gran grupo de temas de la Mitología Canaria que referimos más arriba es el compuesto por aquellas leyendas y mitos procedentes de la religión de los antiguos isleños prehispánicos, al que he bautizado como “Imaginario canario aborigen” y en el que se incluirían cuestiones  como la importancia del mar, de la isla, de la montaña, los árboles, el paisaje, etc. Este imaginario está siendo muy bien investigado, entre otros, por el Profesor A. Tejera Gaspar (véase principalmente sus monografías La Religión de los guanches.  Ritos, mitos y leyendas, 1988; Mitología de las culturas prehistóricas de las Islas Canarias, 1992; Las religiones preeuropeas de las Islas Canarias, 2001; Religión y Mito de los Antiguos Canarios, 2004). Dejamos aquí la descripción de este Imganiario (dado que no es dominio de mi incumbencia) y  pasamos a continuación a decir muy sucintamente algo del Imaginario grecolatino.
4. Como hemos explicado anteriormente, este Imaginario está integrado, a nuestro modo de ver, por los siguientes grandes temas míticos (de los que recientemente he ofrecido una breve explicación divulgativa en mi librito  Todo sobre Canarias: la Mitología, Tenerife, 2005):
    4.1 Océano. En la geografía mítica de los griegos Océano era, además de un Titán hijo de Urano y Gea, y dios de las aguas, un río de profundas corrientes que rodeaba el disco de la Tierra, por lo que muy pronto pasó a ser el símbolo del alejamiento y de todo lo que está en los bordes del mundo. Ésta es la razón por la que  todo lo que sonara a extraño y fabuloso, tanto pueblos, islas u otros lugares se trasladan a los límites del Océano, produciéndose el fenómeno conocido en griego como  exokeanismós  (o sea, “oceanización”), es decir, trasladar “al otro lado del Océano” todo tipo de cosas maravillosas y extraordinarias como las incluidas en nuestro imaginario grecolatino. Al estar las Islas Canarias en uno de los Océanos, o, mejor dicho, en el Océano por antonomasia (el Atlántico), concebido en su momento como extremo del mundo conocido, nada tiene de extraño que recaiga en ellas toda esta mitología de la que venimos andando. En nuestra cultura canaria este tema ha sido bellamente cantando por grandes poetas, como Tomás Morales (“Oda al Atlántico”) o Justo Jorge Padrón (“Océano”, en  Cuadernos del Matemático, nº 36, 2006, pp. 5-8). Para la importancia y significación del mito del Océano en la cultura canaria  en general remito al excelente libro de mi discípulo Germán Santana Henríquez,  Tradición Clásica y Literatura Española, 2000.
4.2. Columnas de Hércules. Fue durante siglos la referencia mítica para indicar el extremo occidental. Su origen está en uno de los famosos trabajos de Heracles, el Hércules romano, quien al llegar al final del Mediterráneo y  a su confluencia con el Atlántico (lo que aproximadamente es hoy el Estrecho de Gibraltar), plantó dos columnas (otras fuentes hablan de dos islas o dos montañas) para indicar el final del mundo conocido hasta entonces por ese extremo. La expresión tenía un carácter eminentemente simbólico, con el que se quería expresar el límite que no debiera traspasarse, lo que desde Carlos V se encerraba en la expresión latina Non Plus Ultra. En relación con nuestras islas la importancia de este tema estriba en que muchos de los textos referidos a Canarias las sitúan  como “más allá de las Columnas de Hércules”. No olvidemos que nuestras islas fueron el último lugar conocido por Occidente hasta el gran Descubrimiento colombino en 1492. Sobre la importancia de este tema y su significación para Canarias remitimos a las recientes monografías de B. Bello,  Allende las Columnas, 2005 y Duane W. Roller, Through the Pillars of Herakes, 2006.
4.3 Islas de los Bienaventurados  e Islas Afortunadas, Es, sin duda, el tema mítico más interesante relacionado con nuestras islas. “Islas de los “Bienaventurados” es la mejor traducción de la expresión griega Makáron nesoi que se encuentra por primera vez en Los trabajos y días de Hesiodo, poeta griego de finales del siglo VII a. C. Aquí se habla de unas islas de la felicidad adonde van determinados héroes después de su muerte terrestre en compensación por su comportamiento heroico y virtuoso. Este mito empieza enmarcándose dentro del mito mayor de la Edad de Oro y acaba integrándose en las ideas religiosas sobre la vida en el Más Allá y el Otro Mundo. La versión latina de la frase griega la hace por primera vez el comediógrafo latino Plauto (250-184 a.C.) en su obra Los tres centavos, quien vierte el sintagma griego al latín con la expresión fortunatorum insulae, de donde surge la combinación  Fortunatae Insulae, es decir, Islas Afortunadas. Ambas expresiones, la griega y la latina, han dado nombre a uno de los más célebres mitos geográficos de la cultura occidental. Precisamente, de la expresión griega el botánico y geólogo inglés Ph. Barker Webb (1793-1854) acuñó el término Macaronesia para referirse a la región biogeográfica integrada por los Archipiélagos del Atlántico Sur (Azores, Madeira, Canarias y Cabo Verde). Este es un tema que consideramos fundamental para nuestro Archipiélago, pues a lo largo de toda su historia (desde Hesiodo hasta el presente) no todos los textos que nos hablan de él tienen la misma trascendencia y significación para la historia de nuestras islas. Estoy preparando en estos momentos una extensa monografía sobre el asunto, de la que ya he publicado algunos capítulos, tratando de dejar claro lo que en este tema hay de mítico y lo que puede ser histórico en relación con las Islas Canarias. En líneas generales podemos decir que en la historia de este concepto habría que distinguir las siguientes fases (véase nuestro artículo “Las Islas Afortunadas en la Edad Media”, en  Cuadernos del Cemyr, 14, 2006):
a)  Fase mítica. Corresponde a la primera mención de este concepto en la obra de Hesiodo, en donde se habla de unas islas reservadas a ciertos héroes y dotadas con las características propias del mito de la Edad de Oro: suavidad de clima, naturaleza fértil y pródiga en ricos frutos, ausencia de guerras, vida sin trabajo, perpetua juventud, etc. Las islas en cuestión están situadas en pleno Océano y a ellas van determinados personajes como Aquiles, Diomedes, Agamenón, Menelao, Héctor, etc. en virtud de su comportamiento heroico.
b)  Fase místico religiosa. Corresponde al giro que le da el poeta griego Píndaro (s. V a. C.), quien en su  Olímpica Segunda  asegura que a estas islas no sólo van héroes como los citados, sino también las almas de los que a lo largo de su vida se han mantenido alejados de toda iniquidad o injusticia. Ahora no son héroes, sino almas los inquilinos de estas islas, razón por la cual la expresión se repite asiduamente en inscripciones y epigramas funerarios, en los que se desea al difunto una feliz estancia en estas islas. En este sentido nuestro tema viene a coincidir con el de los Campos Elisios, del que hablaremos más adelante.

c) Fase geográfica. A partir de un momento determinado (que nosotros proponemos en el paso del s. III al II a. C.) se transfieren a unas islas geográficamente reales elementos míticos y religiosos de las dos fases anteriores. Estas islas del Atlántico son las Islas Canarias, de las que en la fecha propuesta empezamos a tener noticias de que son visitadas y descritas, lo que no quiere decir que no lo fueran anteriormente. Pero es en el siglo II a. C. cuando tenemos los primeros textos que nos hablan de unas islas Afortunadas o de los Bienaventurados  reales, con descripción de elementos de la flora y el clima similares a los de las fases anteriores. A mi modo  de ver, es en esta época cuando se produce el paso del mito a la realidad. Otros Archipiélagos atlánticos podían, en teoría, corresponde también a la nomenclatura que estudiamos, pero creo haber demostrado fehacientemente que  la expresión Islas Afortunadas a quien mejor le cuadra es a las Islas Canarias (véase mi libro  Las Islas Canarias de la Antigüedad al Renacimiento, Tenerife, 1996), razón por la cual la propaganda turística sigue todavía hoy aplicando el cliché de Islas Afortunadas únicamente a Canarias.

d)  Fase literaria. Aquí incluimos a aquellos autores y textos que hacen uso de nuestras expresiones simplemente como adorno retórico o referencia poética, sin mayores connotaciones míticas, religiosas o geográficas, como, por ejemplo, hace Luciano (s. II d. C.) en sus  Relatos Verídicos (II, 5-29), para quien la expresión Islas de los Bienaventurados viene a constituir el argumento de toda una novela.
e)  Fase mixta. Una última categoría de textos que operan con nuestro concepto corresponde a los autores que en sus descripciones mezclan datos de algunas de las categorías anteriores, y así hablan, por un lado, de islas geográficas reales, a las que  mezclan, por el otro, con detalles de tipo mítico o religioso. Es lo que ocurre, por ejemplo, con el conocido pasaje sobre las Islas Afortunadas en las  Etimologías de Isidoro de Sevilla (570-636).
Los conceptos griegos y latinos que hemos referido son traducidos al árabe por expresiones que corresponderían a “Islas Eternas” o “Islas de la Felicidad”, debidas a autores de los siglos IX al XV. Es ésta otra parte de la historia de nuestro concepto que actualmente está siendo muy bien investigada por arabistas de la Universidad de La Laguna, como M. Aguiar y María Arcas Campoy, entre otras.
 
4.4 Jardín de las Hespérides. La expresión procede igualmente de Hesiodo y con ella se simboliza un jardín maravilloso situado en los confines del mundo, en el que se encuentran unos árboles cuyo codiciado fruto eran unas manzanas de oro. A la búsqueda de este mítico jardín (véase nuestro ensayo “Descripciones de jardines y paisajes en la literatura griega antigua”, CFC[G], 18, 2008) fue enviado Heracles en uno de sus trabajos. La identificación de este tema con las Islas Canarias se basa en una serie de pseudo-argumentos, como la identificación del Atlas del mito  con el Teide  tinerfeño, la equiparación de las doncellas Hespérides (cuya traducción propia es “las occidentales”) con unas supuestas islas del Océano Atlántico, la localización del famoso jardín en alguno de los hermosos valles canarios, casi siempre el Valle de La Orotava, etc. Nuestro tema fue usado en 1760 por Viera y Clavijo para hacer una representación alegórica de las Islas Canarias, que tituló precisamente  El Jardín de las Hespérides, para celebrar la proclamación de Carlos III como nuevo Rey de España.
 
4.5 Campos Elisios. La expresión procede de la versión latina (Elysii Campi) de la griega elysion pedíon (“Llanura elisia”),que aparece por primera vez en la  Odisea homérica (finales del s. VIII a. C.), para indicar un lugar, situado al otro lado del límite del Océano, en el lejano Oeste, en el que se suponía que sus habitantes gozaban de absoluta felicidad. El tema viene a coincidir en parte con el anterior de las Islas de los Bienaventurados / Afortunadas, y recientemente ha sido muy bien investigado en su relación con nuestra cultura por el Profesor Luis Miguel Pino Campos (“Los mitos clásicos grecolatinos: su presencia en Canarias y América”, en  Catharum, 4, 2003). Una muestra de la significación de este tema para las Islas Canarias la encontramos en la afirmación del teólogo y orador icodense Cristóbal Pérez del Cristo, quien en su obra  Excelencias y Antigüedades de las Siete Islas de Canaria (1679)  llega a decir, ni más ni menos, que “la Antigüedad puso en las Canarias los Campos Elisios”.
 
4.6 Atlántida. Denominación de una de las islas míticas sobre la que más se ha escrito a lo largo de la historia, desde  que Platón (hacia el 355 a. C.) la menciona y describe en sus diálogos  Timeo y  Critias. Se trata de un tema mítico salido de la genial cabeza del filósofo ateniense y su arte consistió en hacerlo tan verosímil que todavía hoy se la sigue buscando, a pesar de que nunca, como es natural, se la encontrará. Desde Platón a nosotros los exégetas de este grandioso mito se cuentan por millares, que alguien se ha tomado la molestia de clasificarlos en atlantófilos (los meramente aficionados al tema), atlantólogos (los estudiosos más o menos serios del mismo)  y atlantómanos (los maniacos de la Atlántida). Su relación con nuestro Archipiélago sigue aún muy viva y, como muestra baste señalar que en 1803 el estudioso francés Bory de Saint-Vincent publicó un libro con el significativo título Ensayos sobre las Islas Afortunadas y la antigua Atlántida o compendio de la historia general del Archipiélago Canario, lo que constituye todo un indicio  de la manera más interesada de enfocar nuestra verdadera historia. Acabamos de dedicar un extenso ensayo al tema de la Atlántida titulado “La realidad textual y su interpretación: en torno al mito platónico de la Atlántida” (en el libro editado por E. Padorno y Germán Santana, La realidad textual, Las Palmas de G. C., 2006), en el que creo poder explicar y comentar ampliamente nuestro mito desde la perspectiva de un helenista.
 
4.7. San Borondón. Posiblemente sea el tema más poético de nuestra cultura del grupo que constituye el imaginario grecolatino. Como es sabido, arranca de algunos episodios de la vida del monje irlandés de los siglos V y VI San Brandán, especialmente los relacionados con la búsqueda de una isla de Promisión, isla flotante, fantasma e isla-ballena, que es uno de los motivos más famosos que tiene que ver con nuestro monje irlandés. Se trata de la isla que aparece y desaparece como consecuencia de ciertos fenómenos atmosféricos y que ha terminado por convertirse “en el paraíso que los canarios han tenido que mitificar imperiosamente, cada vez que lo han necesitado, para escapar in extremis de todas sus desgracias y calamidades”, como muy bien afirmara hace unos años el periodista Carmelo Martín (véase su libro Los Sabandeños. El canto de las Afortunadas, 1995). Este tema lo he estudiado como isla flotante (véase “Islas Flotantes”, en el libro editado por Nilo Palenzuela, Las ínsulas extrañas, Las Palmas de G. C., 1998), como isla perdida (véase “El mito de la Isla Perdida y su tradición en la historia, cartografía, literatura y arte”, en  RULL, 16, 1998) y como isla fantasma (véase “La isla Brasil y otras islas fantasmas”, en Actas del Congreso Internacional  “IV Centenario de Anchieta”, La Laguna, 2004), además de dedicarle un reciente artículo titulado “Los significados de San Borondón” (AIEC, XLVII, 2004), en el que recojo y explico la última y excelente bibliografía sobre nuestro tema debida a ilustres estudiosos como Fremiot Hernández, J. A. González,  María José Lemarchand, María de Francia, Dolores Corbella, Javier Medina, Jorge Sörgel de la Rosa y María José Vázquez de Parga, entre otros muchos a los que “la famosa cuestión de San Borondón” (como en su momento la calificó Viera y Clavijo) le sigue todavía preocupando muchísimo, hasta el punto de ser objeto de una monográfica  exposición que con el título “San Borondón: la isla descubierta” organizaron en 2004 Tarek Ode y David Olivera.
 
4.8.   Paraíso  y Jardín de las Delicias. Se trata del conocido tema bíblico difundido en el Génesis cuya búsqueda y localización tanto ocupó a autores cristianos y a la literatura religiosa a ellos atribuida. Independientemente del contexto bíblico, la idea del Paraíso (cuya historia completa ha trazado magistralmente J. Delumeau, ed. Taurus, 2004) puede admitir hasta tres variantes: puede haber un paraíso en el pasado (mito de la Edad de Oro), un paraíso en el futuro (en forma de un Más Allá feliz o Cielo) y un paraíso en el presente (situado en algún lugar desconocido de los confines del mundo y cuya búsqueda interesó a tanta gente, entre ellos a Cristóbal Colón). Como sede original de felicidad, que se confía poder alcanzar algún día, el mito del Paraíso es universal. En la moderna propaganda turística son innumerables las islas en las que suele ubicarse tan feliz morada y entre ellas, cómo no, las islas Canarias y Atlánticas en general (véase el excelente libro de Elisabete María Costa Mieiro,  A Atlantizaçao mítica do Éden. Novos Mundos, Novos Paraísos, Madeira, 2001). En la cultura griega el mito del paraíso corresponde en gran parte a lo que hemos venido diciendo sobre el mito de la Edad de Oro, las Islas de los Bienaventurados/Afortunadas, Campos Elisios, Jardín de las Hespérides, etc. En todos estos temas subyace la aspiración a un lugar idílico en el que reina una felicidad que no puede alcanzarse en la vida actual. La denominación  Jardín de las Delicias es una variante del mismo tema que debemos a Isidoro de Sevilla, quien en sus Etimologías nos explica que el paraíso es un lugar situado en tierras occidentales, cuya denominación, traducida del griego al latín, significa “jardín”, pero que en lengua hebrea se denomina Edén, lo que en nuestro idioma quiere decir “delicias”, de donde surgiría la expresión “Jardín de las Delicias”. Este es el título de uno de los más famosos y enigmáticos trípticos del pintor holandés del siglo XV, Jerónimo Bosco, conservado en el Museo del Prado de Madrid. Se está de acuerdo en que la parte izquierda del cuadro representa el Paraíso y en él aparece el árbol del drago, que tanto ha dado que hablar en relación con las Canarias. He comentado extensamente esta relación en mi reciente ensayo “Mitología y Tradición Clásica en  El Jardín de las Especies  de Cristo Hernández” (en el libro editado por E. Padorno y Germán Santana,  Algunos hitos de la literatura del siglo XX en Canarias, Madrid, 2008).
 
5. A la vista de tan rico imaginario grecolatino relacionado con nuestras islas cabe preguntarse por las razones que han llevado a ubicar en nuestro suelo el catálogo de temas que hemos descrito anteriormente. En diversos trabajos hemos propuesto las siguientes:
a) En primer lugar, por tratarse de islas y, como se sabe, las islas son universos cerrados donde lo mítico existe por sí mismo. La isla es siempre un lugar privilegiado para el acontecer de fenómenos sobrenaturales, para el nacimiento y desarrollo de todo lo extraordinario, exótico o maravilloso
 
b) En segundo lugar, por tratarse de islas situadas, hasta el Descubrimiento de América, en uno de los extremos del mundo conocido en la Antigüedad y Edad Media. En los extremos antiguos del mundo solían ubicarse las cosas más insólitas y extraordinarias, así como el mítico Océano, lugar siempre habitado por los más fantásticos seres marinos y residencia de los fenómenos más insospechados.
 
c) En tercer lugar, por tratarse de islas muy montañosas (volcánicas) con elevaciones sobresalientes como las del Teide en Tenerife. Al igual que las islas y los confines de la Tierra, las montañas son proclives al desarrollo de todo tipo de misterios y fenómenos insólitos.
 
d) En cuarto lugar, por tratarse en la Antigüedad de islas muy alejadas del mundo conocido de entonces, separadas por inmensas distancias e inaccesibles por diversos obstáculos: corrientes, vientos, aguas peligrosas, etc.
 
e) Por último, por reinar en estas islas, las más de las veces, una cierta armonía entre la calidad del clima y la naturaleza de sus habitantes: a la generosidad de la tierra y de las aguas responde la virtud y generosidad de sus moradores.
 
Canarias participa de todas estas razones, de ahí, pues, su predisposición al mito, hasta el punto de dar la impresión de que todo lo canario (su geografía, sus montañas, sus árboles, su paisaje, su fauna, su flora, su raza aborigen, etc.) se mueve en la órbita del mito, “como si los términos de mito y mitología estuvieran ya asociados para siempre con Canarias”, en palabras tan atinadas del Profesor Antonio Tejera.
 
6. No quisiéramos abandonar esta parte mitológica de la historia de Canarias sin hacer referencia a dos tratamientos poético-literarios que de nuestro imaginario se han hecho en los últimos años. El primero se refiere a la serie de tres publicaciones de Ulises Martín Hernández (editorial Idea, 2004 y 2006) cuyos títulos son un claro exponente de su contenido:
a) Narraciones extraordinarias de grandes viajeros que surcaron las aguas de las Islas Afortunadas en la Antigüedad.

b) Ciertos relatos sobre héroes y costumbres de los antiguos guanches, que arribaron a estas islas cuando aún eran desiertas y las poblaron.

c) Cuentos del año mil y otras leyendas atlánticas sobre santos, marinos y monstruos olvidados por la historia.
Los tres libros constituyen, a mi parecer, la primera novelización que hasta el momento se ha realizado del que hemos llamado “Imaginario canario grecolatino”. El segundo tratamiento literario de nuestro Imaginario se lo debemos al brillante poeta canario, Premio de Canarias hace unos años, Justo Jorge Padrón, quien en su reciente poemario Hespérida. Canto universal de las Islas Canarias (ed. Visor, Madrid, 2005) ha poetizado de manera espléndida todos y cada uno de los temas míticos aquí tratados, como he tenido ocasión de comentar ampliamente en mi ensayo “Pilares de una mitología atlántica” (en  Revista Hispanoamericana de Literatura, 7-8, 2007).

HISTORIA

7. Al contrario que la Mitología, que engloba todas aquellas referencias a nuestro Archipiélago más o menos míticas y fabulosas, la investigación histórica persigue recoger, sistematizar y analizar el conjunto de alusiones a las Islas Canarias que pueden considerarse fidedignas. La separación del mito y la historia, de la que hablamos al principio de nuestro artículo, es fundamental para el estudioso que se enfrente a los textos grecolatinos con alguna referencia a nuestras islas. El filólogo que analice estos textos necesita una profunda preparación en el conocimiento del Mundo Antiguo para poder detectar lo que empíricamente pertenece a la Historia en estas fuentes. Es ésta también una labor a la que hemos venido dedicando algunos de nuestros trabajos en los últimos años, paralela a nuestra dedicación a la Mitología, que hemos descrito en los parágrafos anteriores. En alguna ocasión he esbozado un proyecto según el cual una posible Historia de las Islas Canarias hasta el siglo XV , periodo de nuestra historia que, como he anunciado al principio, es el que a mí particularmente más me interesa, podría estructurarse en las siguientes etapas:

                     a) Desde los orígenes hasta el siglo I a. C.
                     b) Del siglo I d. C. al siglo IV.
                     c) Del siglo V al siglo IX.
                     d) Del siglo X al siglo XIII.
                     e) El siglo XIV.

        

Veamos a continuación, muy brevemente, los hitos históricos más relevantes en relación con Canarias en cada uno de estos periodos, no sin antes citar dos trabajos historiográficos muy recomendables para todo este periodo, como son el de Pablo Atoche - Mª Ángeles Ramírez, “Canarias en la etapa anterior a la conquista bajo medieval (circa s. VI a. C. al s. XV d. C.): colonización y manifestaciones culturales”, en  Arte en Canarias (siglos XV-XIX). Una mirada retrospectiva, Islas Canarias 2001, y el volumen colectivo Fortunatae Insulae. Canarias y el Mediterráneo, editado por R. González Antón y  otros, Tenerife, 2005.

7.1.   En el primer periodo de la historia de nuestras islas destacaríamos, desde el punto de vista meramente histórico, una serie de hechos que tienen que ver con ellas y que recogeríamos bajo los siguientes epígrafes:
a) Fenicios. Mucho se ha discutido en los últimos años sobre el tan debatido tema de si los fenicios conocieron o no nuestro Archipiélago, al tratarse de un pueblo que dominó la navegación mediterránea y atlántica desde finales del segundo milenio a. C. Es muy probable que, al menos desde la fundación de Cádiz (la antigua Gadir), hacia el 1180 a. C., los fenicios surcaran el Atlántico y conocieran alguna de las islas (véase J. Millán Leon, Gades y las navegaciones oceánicas en la Antigüedad, Cádiz, 1998), aunque pruebas arqueológicas fehacientes de un asentamiento fenicio en las Islas Canarias, hoy por hoy, siguen sin encontrarse.
b)  Periplos. Tema histórico muy importante en relación a nuestra primera historia es el de los periplos o viajes realizados en esta época cerca de Canarias. El más interesante que nos podría afectar es el del general cartaginés Hannón, quien posiblemente tuviera algún conocimiento de alguna de nuestras islas hacia la mitad del s. V a. C. Además de Hannón se habla de otras navegaciones por nuestras islas en este periodo, comandadas por Necao II, Sataspes, Eudoxo de Cícico, Eufemo de Cania, Estacio Seboso, Polibio, etc. En cualquier caso, en los textos que nos hablan de estos periplos en realidad es muy poco lo que con toda seguridad pueda referirse a Canarias. Para la cuestión es muy recomendable el libro de Soraya Jorge Godoy, Las navegaciones por la costa atlántica y las Islas Canarias en la Antigüedad, Gobierno de Canarias, 1996.
c) Cartagineses. Por textos de los siglos III y II a. C., así como por algunos pasajes de la obra  Biblioteca histórica, de Diodoro Sículo (s. I a. C.), podría inferirse algún conocimiento de las Islas Canarias por parte de cartagineses  y sus actividades mercantiles, especialmente la pesca de los atunes, teniendo a Cádiz como la base de sus incursiones pesqueras por el Atlántico Sur hasta la altura de nuestro Archipiélago (a este respecto véase ahora el libro de R. González Antón – Mª del Carmen del Arco,  Los enamorados de la Osa Menor. Navegación y pesca en la protohistoria de Canarias, Tenerife, 2007), lo que llevaría a algún estudioso a declarar a los cartagineses como “los únicos posibles responsables del poblamiento del Archipiélago Canario”, según la tesis de la Profesora Soraya Jorge en su libro citado más arriba.
 
d) Poblamiento. Cuestión sumamente discutida perteneciente a este periodo es lo concerniente al primer poblamiento de nuestras islas. Aquí se abre un amplio espectro que va desde quienes propugnan un primer asentamiento desde el segundo o primer milenio a. C. hasta quienes lo quieren retrasar a los primeros siglos de nuestra era. Se trata de un problema aún no resuelto del todo y sobre el que cada día se escribe más.
 
Una tesis muy aceptada es la de suponer una primera oleada de tribus bereberes norteafricana a alguna de las islas en torno al siglo V a.C., como ha sostenido F. Caballero Mújica,  Canarias hacia Castilla, vol. I, Las Palmas de G. C., 1992, quien ha hecho un interesante estudio comparativo entre las noticias que nos facilita el historiador griego Heródoto de esas tribus y lo que nos dicen las primeras Crónicas (véase Sergio Baucells,  Crónicas, Historias, Relaciones y otros relatos, Las Palmas de G. C., 2004) de la Conquista referidas a la población prehispánica de las islas. De la enorme bibliografía sobre este asunto citaría aquí A. Sabir,  Las Canarias preeuropeas y el Norte de África, Rabat, 2001; A. Mederos- Gabriel Escribano,  Fenicios, púnicos y romanos. Descubrimiento y poblamiento de las Islas Canarias, Gobierno de Canarias, 2002; A. Tejera y otros, Canarias y el África antigua, Tenerife, 2006.
 
En relación con el poblamiento se deriva otra, no menos interesante, cuestión como es la del lenguaje de estos primeros pobladores. Es este otro aspecto que en los últimos años ha contado con una proliferación de estudios verdaderamente impresionante. Se han estudiado y analizado  viejas inscripciones líbico-bereberes encontradas en nuestros lares (véase Renata A. Springer, Origen y uso de la escritura líbico-bereber en Canarias, Tenerife, 2001), así como otras de reciente  y polémico descubrimiento como la famosa “Piedra Zanata” (véase R. González Antón y otros,  La piedra Zanata, Tenerife, 1995) y las inscripciones rupestres de Fuerteventura (véase W. Pichler, Las inscripciones rupestres de Fuerteventura, Puerto del Rosario, 2003). Últimamente son cada vez más  numerosos los trabajos que indagan en el “guanche” como primitiva lengua común de nuestros pobladores, lengua a la que le deben mucho los estudios, ya clásicos, de J. A. Álvarez Rixo (véase su Lenguaje de los antiguos isleños, ed. por Carmen Díaz y A. Tejera, Tenerife, 1991), D. J. Wölfel (véase C. Díaz – F. J. Castillo,  Los estudios históricos y lingüísticos de Dominik Josef Wölfel, ed. Idea, Tenerife, 2008) y Maximiano Trapero  (véase su reciente obra  Estudios sobre el guanche. La lengua de los primeros habitantes de las Islas Canarias, Las Palmas de G. C., 2007), por citar sólo tres significativos estudiosos del tema.
 
e) Paso del mito a la realidad. A nuestro entender, las noticias más interesantes, desde el punto de vista histórico, que tienen que ver con nuestras islas en la etapa que estamos considerando pertenecen a los autores griegos Estrabón (64 a. C. – 19 d. C.) y Plutarco (46-120 d. C.). En la  Geografía del primero hay dos pasajes en los que se citan unas Islas de los Bienaventurados (Makáron nesoi) que ya no corresponden a las del mito, sino que se refieren a unas islas reales situadas en el extremo más al Poniente, de las que dice textualmente “hoy sabemos que se ven no muy lejos de los promontorios de Maurusia (= Mauritania) que están frente a Gádira” (= Cádiz). Por este pasaje se puede confirmar, pues, la realidad de unas islas atlánticas llamadas todavía de los Bienaventurados referidas a las nuestras. Por otra parte, en la  Vida de Sertorio de Plutarco se nos habla de una  estancia del famoso general romano en Cádiz en torno al año 82 u 80 a. C., en donde unas marineros le informaron de unas islas del Atlántico, llamadas de los Bienaventurados, a donde iban a pescar. Al oír la descripción que de estas islas hacen los marineros gaditanos le entraron al general romano fuertes deseos de visitarlas y quedarse en ellas a descansar. Por consiguiente, en los textos de Estrabón y Plutarco se  habla de unas islas atlánticas reales, aunque todavía nombradas con la vieja denominación mítica. En estos textos asistimos, en consecuencia, al paso del mito a la realidad en relación con nuestras islas, lo que viene a suceder en el tránsito del siglo II al I a. C.
 
7.2.   En este segundo periodo de nuestra proyectada historia canaria se producen varias noticias de la mayor importancia, como es el caso de la del autor latino Pomponio Mela, quien en su obra  Corografía (del 43 d. C. aproximadamente) menciona unas Islas Afortunadas, ya reales, de las que dice que abundan en plantas que producen unos frutos “que alimentan a sus despreocupados habitantes”. Otras referencias a nuestras islas las tenemos también en autores de este periodo como L. A. Floro (s. II d. C.), Helenio Acro (s. II d. C.), Julio Solino (s. III d. C.) y Pappos de Alejandría (s. IV d. C.). Pero los datos más interesantes de nuestro Archipiélago en esta etapa corresponden a los siguientes epígrafes:
a) Plinio el Viejo (23-79 d. C.). Es el autor de una de las primeras  y más extensas enciclopedias del mundo antiguo que han llegado hasta nosotros, conocida como Historia Natural. Se trata de un compendio de todos los saberes de su época, estructurado en las diversas disciplinas como la geografía, historia, medicina, botánica, arte, etc. Está hecha a base de extractos de obras manejadas por el autor, calculándose en más de dos mil libros los consultados, pertenecientes a unos ciento cuarenta y seis autores latinos y otros trescientos veintisiete de otras procedencias, principalmente griegos. De esta monumental obra nos interesa destacar sobre todo dos pasajes: libro V, 1, 15 y libro VI, 37, 202-205. De ambos textos se derivan para la Historia de Canarias los siguientes y muy importantes datos:
 
a. 1. Canarii. En el pasaje del libro V menciona Plinio a la tribu africana de los canarii (“canarios”) que habitaba en los bosques cercanos a la cordillera marroquí del Atlas y de los que dice se alimentaban de comida compartida por los perros (de donde el nombre, dado que canis es perro en latín) y otras fieras. Es muy probable que esta tribu diera el nombre de  Canaria  a una de nuestras islas que posiblemente sea Gran Canaria. Aquí no tengo espacio para explicar todo lo concerniente a esta tribu, a su denominación y a su relación con los perros. Por el momento me limito a recomendar la lectura del libro de José Juan Jiménez,  Canarii. La génesis de los canarios desde el Mundo Antiguo, Tenerife, 2005.
 
a.2. Canaria. Mucho más importante para nuestra historia es el texto del libro VI. Aquí se hace eco Plinio de dos expediciones a las Islas Afortunadas reales, organizadas y planificadas por el enigmático Estacio Seboso (de quien no tenemos muchos datos) y por el, a la sazón, rey de Mauritania, Juba II. El texto que comentamos es el primero que nos ofrece ampliamente datos fidedignos sobre la flora, los frutos, la fauna, las construcciones, etc, además de ofrecernos los nombres de cada una de las Islas Afortuandas:  Ombrión, Junonia  (dos), Capraria, Ninguaria  y Canaria. Pretender identificar, como se ha hecho en repetidas ocasiones, cada uno de estos nombres con las correspondientes islas canarias actuales es tarea inútil y abocada al fracaso, dada la escasez de detalles que se ofrecen. En varias ocasiones me ha pronunciado sobre la cuestión y aquí remito al lector a mi ensayo “La onomástica de las Islas Canarias de la Antigüedad a nuestros días” (recogido en mi libro, ya citado, Las Islas Canarias de la Antigüedad al Renacimiento). Tengo en avanzado estado de elaboración un libro que pretende hacer la historia completa de los nombres de nuestras islas, los antiguos, los aborígenes  y los modernos. Pero lo indudable de la nomenclatura pliniana es que una isla se llama Canaria, con lo cual asistimos, como he dicho en alguna ocasión, al  Acta de nacimiento de nuestra nomenclatura de canarios. Sobre este texto de Plinio hay ahora abundante bibliografía, de la que destacaría el libro de Antonio Santana y otros autores, El conocimiento geográfico de  la costa noroccidental de África en Plinio: la posición de las Canarias, Hildesheim, 2002. Este libro defiende algunas tesis que no compartimos, pero aquí no es el lugar adecuado para rebatirlas. Lo haremos en su momento y espacio debidos.
 
a.3. Juba II. En el parágrafo 201 del libro VI de la obra de Plinio que venimos comentando se habla de “unas pocas islas descubiertas por Juba frente a las antóloles, en las que había mandado producir púrpura getúlica”. Este es el pasaje que hace referencia a unas Islas Purpurarias, que se han querido identificar con algunas de las Canarias (Juan Álvarez Delgado, por ejemplo) como defiende modernamente Francisco García Talavera (en su artículo “Purpurarias y Afortunadas. La Macaronesia central en la Antigüedad”, en Macaronesia, 8, 2006), pero que, al parecer, se refieren a las islas de Mogador de la costa africana de Agadir, en Marruecos (como ha defendido recientemente E. Gozalbes Cravioto, “Las islas atlánticas de la púrpura (Plinio, NH, VI, 201). Un estado de la cuestión”, en  AEA, 53, 2007). En este mismo parágrafo de la obra pliniana que estamos comentando se hace referencia a dos islas denominadas Hespérides, que para algunos estudiosos corresponderían a Lanzarote y Fuerteventura (véase A. Santana – T. Arcos, “Las dos islas Hespérides atlánticas [Lanzarote y Fuerteventura, Islas Canarias, España] durante la Antigüedad: del mito a la realidad”, Gerión, 24, 2006). La noticia de las Islas Purpurarias es muy importante, dado que se relaciona con ellas la gran figura del rey  mauritano Juba II, al que no hemos dudado en calificar como el primer rey histórico de las Islas Canarias (véanse nuestros artículos “Juba II, rey de Canarias”, en La Provincia, Suplemento de Cultura 776, del 18/12/2003 y “Juba II, primer rey histórico de Canarias”, La Opinión, Revista Semanal de Ciencia y Cultura, del 27/12/2003). Para saber más de esta figura histórica y su importantísimo papel jugado en relación con nuestras islas es fundamental consultar ahora la Tesis doctoral de nuestra alumna Alicia García García,  titulada Juba II, rey de Mauritania. Traducción y comentario de sus fragmentos, leída en la Universidad de La Laguna el 25 de abril de 2007 y calificada con la nota de Sobresaliente Cum Laude por unanimidad.
 
b) Claudio Ptolomeo de Alejandría (100-178 d. C.). A este astrónomo, matemático y geógrafo griego le debemos la primera mención  del meridiano de nuestras islas, al dar la longitud exacta desde las Islas de los Bienaventurados (=las Canarias) hasta el país de la Sera (la actual China) en 117º 15’. En otro momento de su obra nombra a otra isla del grupo de las Makáron nesoi con el apelativo de Aprositos “Inaccesible”, que posiblemente haga referencia al tema de la Isla Perdida que vimos más arriba relacionada con la temática de San Borondón.
 
c) Arnobio (en torno al 300 d. C.). Si el apelativo de Canaria se lo debemos al pasaje de Plinio anteriormente comentado, el apelativo plural de  Canarias lo encontramos por primera vez en Arnobio de Sicca, un escritor latino converso, quien en su obra  Contra los gentiles (libro VI, 5), hablando de los cuatro puntos cardinales del mundo antiguo conocido, menciona para el caso del Oeste unas  Canarias insulas que no pueden ser más que las nuestras, con lo que se produce aquí el Acta de nacimiento de la denominación plural de nuestro Archipiélago. He comentado exhaustivamente el texto de Arnobio en mi ensayo “Sobre el plural Islas Canarias en la Antigüedad” (recogido en mi libro Las Islas Canarias de la Antigüedad al Renacimento).
 
d) Romanos. Algunos hallazgos arqueológicos en las islas de Lanzarote y Fuerteventura, especialmente algunas ánforas romanas y unos grabados considerados latinos, probarían ciertos contactos entre la comunidad indígena y la cultura romana, en fechas que oscilarían entre el final del siglo I a. C. y los inicios del siglo IV d. C. Es esta una cuestión muy trabajada últimamente, en especial por P. Atoche y un grupo de discípulos suyos (véase su libro Evidencias arqueológicas del mundo romano en Lanzarote, Lanzarote, 1995).
 
e) Filóstrato. En una de las secciones de la obra Imágenes, del autor griego del siglo II d. C., Filóstrato, se hacen unas descripciones de cuadros de pintura basados en paisajes insulares. De basarse en islas reales se piensa que estos cuadros corresponden a las islas Lípari, al norte de Sicilia. Pero el historiador americano J. F. Moffit, fallecido recientemente, supuso, sin mayores argumentos, que tales cuadros se basaban en paisajes de las Islas Canarias (véase J. F. Moffit, “Philostratus and the Canaries”,  Gerión, 8, 1990).
7.3.   En el tercer periodo de nuestra historia (del siglo V al IX) sobresale una serie de autores, fundamentalmente latinos, de historia, geografía, enciclopedias, cosmografías, vidas de santos, etc., que citan o describen unas Islas Afortunadas reales que indudablemente son las nuestras. Estos autores son Julio Honorio (s. IV-V), Marciano Capela (s. V), P. Osorio (s. V), Jordanes (s. VI), Guidón (s. VII-VIII), Anónimo de Rávena (s. VII-VIII), Teodolfo de Orleans (s. VIII-IX), Rabano Mauro (s. VIII-IX), Dicuil (s. IX), Anónimo de Leiden (s. IX), la obra anónima Situs Orbis Terrae (s. IX), el Martirologio de Usuardo (s. IX), entre otros. A Capela, por ejemplo, le debemos la creación de la isla fantasma  Teode, que no es más que el producto de una mala lectura en su  Las bodas de Mercurio y Filología de un texto de Plinio y Solino, que tantos autores han visto referida a la isla de La Gomera. En este periodo asistimos al nacimiento de un tema muy importante para las islas como es el proceso de evangelización. La cuestión está unida a nombres como San Maclovio o San Avito, así como a los viajes del irlandés San Brandán, de donde surge la isla de San Borondón que vimos más arriba. Contamos ahora con una excelente monografía sobre el asunto debida a Rafael Viñes Taberna,  El origen del Cristianismo en Canarias, Las Palmas de G. C., 2006). De todas maneras, la figura más relevante de este periodo para el tema que nos ocupa es Isidoro de Sevilla (570-636) y su famoso pasaje de las Etimologías  (XIV,6, 8-9), en donde nos describe unas Afortunadas (ubicadas en el Océano, frente a Mauritania, llenas de frutos y preciados árboles) que se creyeron ser el auténtico Paraíso. Este texto será luego muy citado por los autores posteriores.
 
7.4    En el periodo que va del siglo X al XIII hemos encontrado en relación con nuestras islas un conjunto de autores que podemos clasificar de la siguiente manera:
a) Autores bizantinos. Se trata de autores griegos muy poco conocidos hasta la fecha en la historiografía canaria, como son, por ejemplo, Simeón Seth (s. XI), J. Tzetzes (s. XII), Eustacio de Tesalónica (s. XII), Nicéforo Blemnida (s. XIII), entre otros. Todos ellos hablan de unas Makáron nesoi que son las nuestras. Pero el más significativo de esta serie, a nuestro entender, es Michael Attaliates, quien en su obra  Historia (compuesta entre 1070 y 1080) nos ofrece el siguiente dato: “Para el que quiera partir hacia las Islas de los Bienaventurados, la navegación se hace inmensa, pues distan de la tierra una dimensión de mil millas. Las islas son dos, no muy distantes una de otra, permanentemente repletas de diversos y variados bienes y crían todo el año una suave y olorosa hierba. Al estar alejadas del fango mundano y de la mezcla de aires que surgen de la maloliente sequedad de la tierra, y al no experimentar cambios, hacen la vida muy sana y placentera para los hombres y ganados de allí, al mismo tiempo que proporcionan una vida dichosa y el paso del tiempo más dulce, tranquilo y completamente agradable”. ¡Toda una valoración física y moral de dos islas canarias (Lanzarote y Fuerteventura) en pleno siglo XI!
 
b) Autores árabes. Hoy se admite, sin más, que a  partir del siglo IX los árabes pisaron las Canarias. Es este un asunto poco estudiado todavía y necesitado de una mayor investigación. En nuestro ensayo “Rerum Canariarum Fontes Arabici” (en RULL, 19, 1999) hemos citado  autores como Masudi, al-Bakri, Ibn Said, Idrisi, Dimaski, al-Qazwini, Ibn Jaldún y al-Tadili, que de una (mítica) y otra (real) manera se refieren a nuestras islas.
 
c)  Enciclopedistas y cartógrafos. Entre los que cabría citar a Hugo de San Víctor (s. XI-XII), Gervasio de Tilbury (s. XII-XIII), Vicente de Beauvais (s. XII-XIII), Ranulfo Higden (s. XIII), entre otros, que hacen referencia a unas Afortunadas/Canarias. De los mapas de esta época que representan ya nuestra Archipiélago sobresalen los Mapamundi de Ebstorf y Hereford.
 
d) Alfonso X El Sabio (1221-1284). Muy poco conocido en la historiografía canaria es el pasaje de la Grande e ge


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