Desde la Edad Media al Siglo XVII
Rafael Fernández Hernández, “De los orígenes al siglo XIX”, en ¿Bajo el volcán?, Revista La Página, nº 76, La Página Ediciones, Santa Cruz de Tenerife, 1989, páginas 31-46.
INTRODUCCIÓN
Sociedad y cultura a partir de la conquista
Este periodo de la literatura canaria se inicia con las Endechas a la muerte de Guillén Peraza, quizá compuestas inmediatamente después de la muerte del joven caballero (1447) cuando se disponía a conquistar La Palma, y concluye al finalizar el siglo XVII. Lo que no contradice la existencia de toda una creación literaria oral de carácter popular que se introdujo con los conquistadores desde tiempo antes: los primeros romances, las muestras de una lírica tradicional fundidos para forjar la cultura de un pueblo. Ni tampoco cierra la posibilidad -como así ocurre- que el periodo se desborde en autores y obras más allá de 1700. (María Rosa Alonso, 1977; 2008).
Por tanto, según la cronología clásica, las épocas literarias que se tratarán en este capítulo abarcan la transición de la Edad Media al Renacimiento (segunda mitad del siglo XV) y los que se denominan en la literatura española Siglos de Oro -XVI y XVII-, Renacimiento y Barroco. Como todo largo periodo de la Historia, en este cuarto de milenio se asiste a cambios profundos en la política, la cultura y el pensamiento; a la modificación del mapa del mundo con el descubrimiento de América, la reforma protestante y la penetración del Humanismo, con su apelación a la dignidad del hombre, la expansión de los studia humanitatis y la restauración de los ideales clásicos.
En el periodo de la colonización de Canarias (1402-1526), comienza la etapa de organización económica, política y cultural de las Islas. Se crearon los Cabildos o Concejos como órganos del gobierno de cada isla, se procedió a la repartición de tierras e incentivos fiscales para los colonos. Poblarán las islas portugueses, genoveses y flamencos. Según M. Lobo, estos dos últimos aportes humanos desempeñaron un papel importante en el cultivo y comercialización del azúcar, principal producto de exportación a Europa hasta fines del siglo XVI. También contribuyeron al desarrollo de la cultura. Si bien la Iglesia abrió las primeras aulas, la enseñanza pública fue promovida por los cabildos de las islas realengas creando la figura del maestro de Gramática (Agustín Millares Carlo, 1932, 1987; Francisco Salas Salgado, 1999).
Por su posición geográfica, Canarias desempeñó un papel importante tanto en el tráfico comercial con América como en el poblamiento de las tierras indianas. Esa misma situación hizo que las Islas sufrieran ataques de piratas y corsarios portugueses, franceses, ingleses y holandeses. De ahí que en 1589 Felipe II centralizara el mando militar en la figura de un Capitán General de Canarias.
En los siglos XVI y XVII, el comercio del vino constituyó uno de los pilares principales de la economía insular, la cual entró en crisis en la segunda mitad del Seiscientos. Las razones fueron las consecuencias del monopolio británico y la competencia de los vinos portugueses después de la independencia de este país en 1640. Ya de 1620 a 1630, Canarias había padecido una crisis importante por las trabas interpuestas por el Consejo de Indias y la Casa de Contratación al tráfico con América. Finalmente, la crisis se consuma hacia final de siglo, a la que contribuye la ausencia de cereales debido a las malas cosechas y a las plagas de langostas. El siglo XVII en Canarias también se caracterizó por las calamidades derivadas de las erupciones volcánicas, epidemias y la continuación de las invasiones del exterior.
Los textos históricos
Como es frecuente en este periodo, las crónicas e historias constituyen el receptáculo de muchos de los monumentos literarios que han llegado a nosotros. La relación circunstanciada de la muerte de Guillén Peraza nos la ofrece en primer lugar Abreu Galindo en su Historia de la conquista de las siete Islas de Canaria (1632), obra redactada entre 1593 y 1602. La fecha de la muerte del caballero, como la de la endecha funeraria y la de la obra de Abreu Galindo -todas ellas repletas de incógnitas hasta ahora- van tan indisolublemente unidas que contestar correctamente a cualquiera de ellas es avanzar en la exactitud de la cronología de las otras.
Ese diálogo entre literatura y crónica se expande a lo largo de los textos sobre la conquista. Muy cercanamente al comienzo de ésta, en 1402, con el arribo del caballero normando Jean de Bethencourt a Lanzarote, Le Canarien. Crónicas francesas de la conquista de Canarias (1404), de Bontier y Le Verrier, refiere su crónica especialmente a la conquista de Lanzarote y Fuerteventura. Ya en 1594, el dominico andaluz fray Alonso de Espinosa escribe una de las crónicas más fiables, aunque el motivo central fuera relatar la historia de la llegada a Tenerife de la Virgen de Candelaria: Historia de Nuestra Señora de Candelaria. En ella se recogen dos sonetos de Rodrigo Núñez de la Peña (¿ - ?). Asimismo, la del ingeniero Leonardo Torriani, Descripción e historia del Reino de las Islas Canarias, (h. 1592), enviado por Felipe II para mejorar las fortificaciones de las Islas, elogia a Bartolomé Cairasco y éste al italiano en tres composiciones.
En el siglo XVII destacan Tomás Marín y Cubas (Historia de las siete islas de Canaria, 1694) y Juan Núñez de la Peña (Libro de las Antigüedades y Conquista de las Islas de Canaria, 1679).
Como puede observarse, en los siglos XVI y XVII las obras de los cronistas e historiadores también desempeñan un papel estrictamente literario, como correspondía a un género de este tipo. Junto a pretendidos datos verídicos y a descripciones más o menos certeras, los cronistas de este periodo, siguiendo los pasos de los más antiguos, se dejaron llevar por el subjetivismo de tal modo que su obra ha contribuido a configurar no pocos mitos que luego la poesía, por ejemplo, ha asumido con naturalidad.
Además de las crónicas, también los protocolos notariales son depositarios de muestras del ingenio literario, como nos lo han mostrado investigadores como A. Cioranescu (La musa de los escribanos) y Yolanda Arencibia y Manuel Lobo (Cispazos tempranos de poesía culta).
DESDE LOS COMIENZOS DE LA CONQUISTA AL SIGLO XV
LAS ENDECHAS
Nuestra Edad Media literaria, entendida como proyección en Canarias de los avatares políticos, socio-económicos y de conquista de los reinos europeos, se enraíza e inicia con las Endechas.
Las endechas constituyen tres subgéneros de uno literario de raíz medieval, extendido por toda Europa, que en el ámbito de la literatura en lengua española tuvo en Canarias su principal foco creador, extinguido en la segunda mitad del siglo XVI, en una época en la que comienza la actividad literaria de algunos canarios.
Como han señalado diversos estudiosos, entre quienes se encuentra el profesor Maximiano Trapero, estos subgéneros son el planto o llanto funerario en una serie de cuatro trísticos, dos endechas en lengua guanche y alrededor de cincuenta endechas “de Canarias”, cuyo tono triste circula por estrofas brevísimas e independientes.
El primer tipo, constituido por lasEndechas a la muerte de Guillén Peraza, inauguran la “literatura canaria” e inician la llamada poesía de tipo tradicional. Aunque nos haya llegado como elegía anónima, todos los estudiosos se han preguntado quién pudo ser su autor. Iba éste con Guillén Peraza o la compuso en fecha no muy alejada a su muerte (1447), cuando se disponía a conquistar La Palma. Es en realidad nuestro primer monumento literario. Se publicó inicialmente en la Historia de la conquista de las siete islas de Canaria del fraile J. Abreu Galindo alrededor de 150 años después de ocurrida la muerte del noble sevillano. De los doce trísticos monorrimos de que consta el breve y patético canto fúnebre, los seis que van del cuarto al noveno encierran las imprecaciones o insultos a la isla de La Palma porque para la voz lírica la isla es culpable del funesto hecho:
No eres palma, eres retama,
Eres ciprés de triste rama,
Eres desdicha, desdicha mala.
Tus campos rompan tristes volcanes,
No vean placeres sino pesares,
Cubran tus flores arenales.
En la emblemática de la época, “palmas” significa “triunfo”, “retamas”, “amargura” y “cipreses”, “muerte”.
LA POESÍA TRADICIONAL CANARIA
El romancero y el cancionero constituyen la expresión de la poesía de tipo tradicional en las Islas, cuyo carácter viene dado por ser anónima y popular, transmitirse oralmente, siendo su esencia la variante, es decir, la renovación continua de la poesía lírica y narrativa.
El romancero canario
Los romances, coplas y cantares no sólo enraizaron en el Archipiélago desde los primeros momentos de la conquista, sino que también se adaptaron a la idiosincrasia insular, como expresión de la síntesis de influencias al fundirse lo venido del exterior con lo ya existente. La influencia andaluza puede percibirse en los romances de carácter infantil y, entre otros, en Tamar o en La doncella guerrera. Los más arcaicos son aquellos que proceden del noroeste de la Península. También algunos tienen su origen en la tradición portuguesa (Blancalor y Filomena). Asimismo, está presente la influencia judaica. La americana es muy abundante: la décima popular está relacionada con los emigrantes venidos de América.
Como rasgo insular, el medio atlántico y la propia geografía interior de las islas significan un aporte singular de la poesía tradicional canaria. Los cantos traídos de esas otras partes quedaron como reliquias guardadas entre los canarios, de tal manera que se han conservado en su expresión antigua o arcaica. A ese arcaísmo ha ayudado el hecho de ser el Archipiélago una región periférica respecto de la metrópoli.
Desde que a finales del siglo XIX Menéndez Pelayo apuntara su sospecha “de que en Canarias puedan existir romances llevados allá en el siglo XV por los conquistadores castellanos y andaluces” hasta las conclusiones de Menéndez Pidal en 1953, los romances canarios han sido estudiados y recogidos en su libro (La flor de la marañuela) por diversos investigadores y recopiladores: Juan Bethencourt Alfonso, Agustín Espinosa y José Pérez Vidal, Diego Catalán, María Jesús López de Vergara, Mercedes Morales y los actuales profesores Maximiano Trapero y M.ª Teresa Cáceres Lorenzo.
El cancionero canario
La lírica popular en Canarias hunde sus raíces en la lírica hispánica, de cuyas fuentes antiguas alertó Menéndez Pidal en su conferencia de 1919 y modernamente Margit Frenk Alatorre ha recogido en su obra Corpus de la antigua lírica popular hispánica de los siglo XV al XVII. Este conjunto o corpus referido a Canarias es rico no sólo en sus temas religiosos, amorosos o sentenciosos, sino en su diversidad funcional (cantos de trabajo o cantos de cuna). Maximiano Trapero ha propuesto la siguiente clasificación: Endechas (hay cantares amorosos en las endechas), estribillos romancescos, cantos de cuna, cantos y juegos infantiles, lírica de tema amoroso, lírica festiva, lírica sentenciosa, por campos y mares, cantos de trabajo, cantos a las Islas, lírica religiosa y décima popular.
LA LITERATURA EN LAS ISLAS DESDE LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XVI A FINALES DEL XVII
José de Anchieta (La Laguna, Islas Canarias, 1534 – Reritiba, Brasil, 1597)
Anchieta, misionero jesuita, se incorpora aquí por dos motivos: por ser natural de las Islas y por escribir no sólo en latín, portugués y tupí, sino en castellano. La mejor poesía que José de Anchieta -“el primer poeta canario, cronológicamente”, según gustaba decir a A. Cioranescu- es precisamente la castellana; así lo ha reiterado la última crítica.
Hijo del escribano Juan de Anchieta, natural de Azpeitia (Guipúzcoa). Su madre, casada en segundas nupcias, era de La Laguna aunque de ascendencia extremeña. A los 14 años marcha a Coimbra para continuar sus estudios en el Real Colegio de las Artes. En 1553, a los dos años de haber ingresado en la Compañía de Jesús, sus superiores lo enviaron a Brasil, a Bahía, para luego ir a Piratininga, la actual Sao Paulo. En 1566 fue ordenado sacerdote. No sólo se ocupó de su labor misionera, sino que defendía a los indios frente a los abusos de los colonos portugueses. Llegó a ser Superior Provincial de los jesuitas del Brasil. Falleció en la aldea india de Reritiba –actual Anchieta- y sus restos fueron trasladados a la también aldea india de Vitoria. Fue proclamado “Apóstol del Brasil”.
Anchieta cultivó diversos géneros: la épica, el teatro y la poesía lírica. Asimismo, posee un importante corpus epistolar y un sermonario. Gracias a su Arte de gramática da Lingua Usada na Costa do Brasil, gramática en tupí, logra que esta lengua amerindia no se haya perdido y, además, que esa obra se convierta en canon para las otras lenguas de la costa del Brasil. A todo esto hay que añadir diversos informes históricos, etnográficos o sobre aspectos geográficos. La obra literaria aparece escrita en las cuatro lenguas que dominó: latín, castellano, portugués y tupí. Sus obras compuestas en latín son los dos poemas mayores y algunas composiciones de carácter menor. En el periodo de Coimbra Anchieta se formó dentro del espíritu humanístico y de la tradición literaria de la época. De ahí que escribiera, ya en Brasil, De gestis Mendi de Saa, epopeya histórica que celebra las hazañas de Mendo de Sá, poema que para algunos críticos es el mejor de Anchieta. Su otra composición latina es el llamado Poema mariano, esto es, De Beata Virgine Dei Matre Maria, obra de gran extensión, cercana a los tres mil dísticos.
Pero lo que aquí nos interesa de Anchieta es su faceta de poeta a lo divino. Por los testimonios, el poeta lagunero tenía mucha gracia y oficio en trasladar a lo divino canciones profanas de moda en Europa. Las poesías castellanas (también las escritas en portugués) son conversiones líricas de piezas teatrales o muestras breves de canciones, villancicos y liras. En ellas se nota la huella de la lírica tradicional, poesía conservada en los cancioneros desde el de Juan Alfonso de Baena hasta el Cancionero General de Hernando del Castillo, impreso en 1511, o el de García de Rezende editado en 1516 en Lisboa. Ya la crítica reciente ha señalado la influencia en Anchieta de los poetas del cancionero (Pedro López de Ayala, Fernán Pérez de Guzmán, Marqués de Santillana y Álvarez de Villasandino). Los temas son diversos: poemas dedicados al ciclo de nacimiento, vida y muerte de Jesucristo, o bien otros de carácter mariano y moralizador.
La faceta teatral adquiere en Anchieta un carácter claramente misionero y evangelizador. Compuso doce autos entre 1561 y 1597, de los que en siete hay la necesaria tensión dramática para que hablemos de estructura teatral. Esto no significa que las cinco piezas breves restantes no deban afiliarse a este género, pues toma la forma de ceremonia, de rito, con versos de perfecta métrica, primicias narrativas, cierto conflicto entre los personajes presentados y final en el que se resuelve la tensión dramática.
Bartolomé Cairasco de Figueroa (Las Palmas de Gran Canaria 1538-1610)
A partir de la personalidad creadora de Cairasco de Figueroa encontramos en nuestra literatura unas constantes literarias que han ido cambiando en su dimensión y sentido último a lo largo de los siglos hasta la actualidad. Distintos estudiosos han pretendido hacer una radiografía de ese carácter literario y cultural específicamente canario; otros se han limitado a negarlo. Y una tercera vía, la representan quienes hablan de una especificidad parcial que ha ido nutriéndose a lo largo de la tradición secular en una doble vertiente: histórica y estética. Valbuena Prat pretendió sistematizar una serie de constantes, formuladas en su conferencia “Algunos aspectos de la moderna poesía canaria” y en su Historia de la poesía canaria, I. Entre los segundos está la posición del crítico y editor del siglo XIX Francisco Mª Pinto, desde las páginas de la Revista de Canarias. Y en la tercera posición, el profesor y poeta Andrés Sánchez Robayna, quien ofreció una panorámica crítica del periodo áureo en Poetas canarios de los Siglos de Oro.
Es indiscutible que la aparición de mitos, como el de Doramas, en nuestra literatura ha servido para marcar el carácter insular: recordemos que Bartolomé Cairasco de Figueroa, personalidad literaria próxima a la llamada escuela sevillana, es autor de Templo Militante (1602). Obra cuya cuarta parte se publicó póstumamente en 1614. Sin embargo esta obra mereció varias ediciones hasta 1618. Con posterioridad no se publicó hasta 1861 y 1878. Su editor actual es Alejandro Cioranescu (1984). El resto de su producción poética convive a trechos, junto a fragmentos del Templo, en diversas selecciones (Sánchez Robayna, Blanco Montesdeoca y Ángel Sánchez).
Si el evangelizador del Brasil escribió doce Autos, el grancanario compuso ocho piezas: cuatro dedicadas a los obispos Vela, Rueda, Figueroa y Ceniceros y de las restantes, una es la pieza jocosa Entremés para una farsa, de la que sólo se conoce que motivó el proceso de Cairasco ante el Santo Oficio, las otras dos se refieren a La tragedia y martirio de Santa Caterina de Alejandría y La Tragedia de Santa Susana, y la octava es el auto sacramental intitulado Comedia del Alma. De todas estas obras de Cairasco, editadas por A. Cioranescu (Obras inéditas, I. Teatro, 1957), las que se han conservado con su fecha son los dos recibimientos a los obispos Vela y Rueda.
A Apolo Délfico se consagra la tertulia literaria que organiza el canónigo en su casa de la calle de San Francisco, a la que asisten, además de escritores y amigos preocupados por la cultura y la literatura como Antonio Viana, Serafín Cairasco y presumiblemente Silvestre de Balboa, el dramaturgo sevillano Juan de la Cueva, también perteneciente a la generación de 1585, o Luis Pacheco de Narváez, autor del celebérrimo Libro de las grandezas de la espada (1600), obra en cuyos preliminares aparece un soneto de Serafín C. (Aunque nunca se ven Minerva y Marte) en la Biobibliografía de Millares Carlo. En uno de sus últimos textos de divulgación, A. Cioranescu ha vuelto sobre este espacio de reunión de Cairasco para recordar que: “Fue esta tertulia literaria la primera Academia del Jardín de corte renacentista que, más tarde, aparecerían también en la Península”.
Una radiografía del talante de Cairasco de Figueroa puede verse en el mismo Templo, caracterizado por el afán de novedad, así como el gusto, que tanto desarrollo tendrá en el barroco, por la sorpresa, el pulso extenso de los casi 120.000 versos en los que el esdrújulo y la octava rima adquieren un amplio desarrollo, aunque la exigencia de la variedad lo lleve en ocasiones a cambiar el metro (“Quiero mudar estilo en este cántico”), como en la canción que precede a la vida de San Laurencio, construida por once estancias. Todo en él es desmesura, demasía, pasión y vértigo (Sánchez Robayna), irregularidad y desproporción; o bien ingenio desmesurado para Viera y Clavijo y retórica extraviada para A. de Lorenzo-Cáceres.
El argumento descansa en el esquema épico del Renacimiento metamorfoseado a lo divino, en que se narra la vida de los santos-héroes mediante una organización del conjunto en Cantos (Cioranescu) a través de una sucesión temporal propia del calendario del Año cristiano. La crítica más reciente señala que frente al carácter grandioso de Templo Militante, destaca el fracaso del magno proyecto de Cairasco (A. Sánchez Robayna), aunque la obra posea de suyo destellos que no los apaga siempre la secuencia hagiográfica o el copioso y sempiterno verso esdrújulo.
La Esdrujúlea de varios elogios y canciones en alabanza de divinos sujetos presenta dos variantes, una en códice de la Biblioteca de Palacio dedicada al virrey del Perú y otra, que es copia transcrita por A. Millares Torres, dirigida al Inquisidor General don Bernardo de Rojas y Sandoval. La parte central de la segunda variante está dedicada a la Virgen de Candelaria. El verso esdrújulo de Cairasco muestra la vitalidad con que ese metro se puso de moda a finales del XVI y comienzos del XVII, al tiempo que el carácter cultista y manierista de los poetas que se formaron en los círculos sevillanos, en academias literarias como las de Arguijo o Juan de Ochoa.
A. Cioranescu ofrece como editor de Cairasco (1995) -a pesar de que en Cairasco como en la poesía canaria de los Siglos de Oro domina la poesía devota de carácter religioso y moral- un perfil del canónigo bastante inusitado, esto es, el de su lírica erótica, que es una de las mejores de su tiempo y, mezclados con ella, una serie de cuentos en verso cuyo carácter puramente erótico sorprende en un poeta devoto (1996-1997).
Bernardo González de Bobadilla
Bernardo González de Bobadilla (¿?), primer autor canario en verse impreso con su Ninfas y pastores de Henares (1587), obra “entregada” sin indulto posible “al brazo seglar del Ama” en el célebre escrutinio del Quijote. Se desconoce cuándo nació y murió, así como en qué lugar de las islas Canarias. De su biografía sólo obtenemos un dato más, recogido en los elogios de su única obra conocida: que ésta es obra de juventud.
Críticos de Ninfas son Elías Zerolo (1897), Asensio (1902), López Estrada (1948), Juan Bautista Avalle Arce (1975). Como recuerda el director de la Revista de Canarias, a través de la opinión de Ticknor, parece ser que la obra era conocida con cierta complacencia por el público de la época y de ahí el interés que Cervantes concede a la obra de González de Bobadilla, hasta tal punto que en la primera parte del Quijote se refiere a ella en dos ocasiones (VI y IX) y una en el capítulo IV del Viaje del Parnaso (“fue el gran Pastor de Iberia, el gran Bernardo / que de la Vega tiene el apellido./ Fuiste envidioso, descuidado y tardo, / y a las Ninfas de Henares y pastores / como a enemigos les tiraste un dardo.”).
El joven y ocasional autor -pues no se le conoce ninguna otra obra-, estudiante de leyes, emplea el disfraz de pastores para mostrar a los que serían sus amigos y condiscípulos, dentro del tópico de la época. Hay quienes le niegan su adscripción al género de pastores, ya por la impregnación realista, ya por el alejamiento del amor neoplatónico, o bien por la mezcla de géneros (lo épico y caballeresco con lo pastoril); y hay estudiosos que ven en esto un rasgo de la novela moderna.
La crítica ha destacado el notable desequilibrio entre verso y prosa de Ninfas, tan alejado del fiel de la novela pastoril, lo que le lleva a calificarla a Sánchez Robayna como lamentable novela y a decir a Avalle Arce que la obra del canario carece de interés artístico.
Antonio de Viana (La Laguna, Tenerife, 1578 - ¿1650?)
La recreación literaria de la conquista la lleva a cabo el tinerfeño Antonio de Viana, autor de Antigüedades de las Islas Afortunadas de la Gran Canaria, Conquista de Tenerife y aparescimiento de la ymagen de Candelaria (1604), poema llamado genéricamente Conquista de Tenerife o bien Poema de Viana, obra distribuida en dieciséis cantos en los que se narran, principalmente, los hechos de la conquista de la isla de Tenerife. Esta obra es uno de los textos de la literatura áurea en Canarias que más bibliografía crítica ha generado. Sin embargo, como Cairasco, su Poema conoce la discontinuidad, en materia de publicación, desde su época hasta nuestros días. Hasta la primera década del siglo pasado (la de José Rodríguez Moure, 1905) no disponemos de una edición cotejada sobre la príncipe, gracias al ejemplar que el sacerdote poseía (hoy en poder de la Real Sociedad Económica de Amigos del País en La Laguna). Tras un inmerecido paréntesis, el Poema sale a la luz en las que son, hasta el momento, sus estudios y ediciones modernos: los de María Rosa Alonso y los de Alejandro Cioranescu y la de todas ellas realizadas sobre el ejemplar de la Económica.
Si en pleno siglo XXI María Rosa Alonso es la crítica más relevante del vianismo, pues ha dedicado numerosos artículos, en más de cuarenta años, al estudio del Poema, también es verdad que Cioranescu estableció un asedio crítico de la obra de Viana en cinco calas que van de 1967 a 1986, aunque no debe olvidarse que distintos estudiosos se han referido a la “égloga guanche”: Nicolás Antonio, Viera y Clavijo, Millares Torres, Sabino Berthelot, Menéndez Pelayo, Millares Carlo, A. de Lorenzo-Cáceres, J. Artiles o A. Sánchez Robayna. En la actualidad hay que tener en cuenta las aportaciones sobre aspectos parciales de Viana como el arte del retrato (Nilo Palenzuela) y la neoépica (Carlos Brito), en las que se establecen relaciones con los escritores de su época.
Lope de Vega escribirá Los guanches de Tenerife y conquista de Canaria, publicada más tarde en 1618, al calor de la lectura de la Conquista de Tenerife, obra esta última en la que aparece un soneto laudatorio del Fénix de los Ingenios, como apoyo al joven poeta lagunero. El episodio en que Viana muestra el idilio -Canto V- entre la princesa guanche Dácil y el capitán español Castillo se convertirá en la comedia de Lope en núcleo central de gran intensidad dramática (A. Lorenzo-Cáceres; S. de La Nuez).
Viana sitúa a su heroína aborigen Dácil, ante su propio sino, formulado mediante el signo premonitorio. En cuanto al estilo y emparentamiento con los géneros de la época, estamos en la tradición pastoril. El autor acude al recurso de la construcción de nombres bucólicos y al de la formulación del amor cortés y al de la pictura, por el que la amada queda impresa en el espíritu del amante como ha visto Nilo Palenzuela en “El arte del retrato en Viana”.
Sobre las inexactitudes históricas y errores en la cronología (Cioranescu) de la Conquista de Tenerife hay que decir que la voluntad y fidelidad literarias están por encima de la histórica, a pesar de la entrega del autor a los Guerra. Lo que importa es el carácter y naturaleza del idealismo con que trata a los aborígenes, no importa tanto la realidad histórica a la que -por distintas razones- no desea ser fiel hasta sus últimas consecuencias. Viana mantiene una suerte de equilibrio entre su inclinación por los aborígenes y la fidelidad a los presupuestos de la conquista y al ideal mariano: Dácil o la isla y el extranjero o la fundación del espíritu de Trento en un mundo natural. La relación entre Dácil y Castillo representa simbólicamente un conjunto de referencias posibles que dan vitalidad al mito (María Rosa Alonso; Alejandro Cioranescu).
El mito de Dácil es otro de los importantes de la literatura canaria. Viana canta en su poema épico los amores de esta heroína indígena con el capitán español Castillo. Desde ese momento simboliza en la tradición literaria insular la exaltación del mundo prehispánico –como en el Doramas de Cairasco- o bien la condición mestiza insular representada por la unión amorosa del conquistador y de la indígena.
Manuel Álvarez de los Reyes
Las escasas fuentes de la biografía de Manuel Álvarez de los Reyes (Tenerife, ¿ - ?) sólo permiten afirmar que -tal como reza en su obra miscelánea publicada- era “Ciudadano de la Ciudad de san Christoual Isla de Tenerife de las siete de Canaria” y que en el verano de 1604 da a la estampa en Lisboa, y ese mismo año en Valladolid, un libro de composiciones varias para exaltar junto a Santa Ana y a San Joaquín otros asuntos hagiográficos y marianos. En ambos casos las ediciones corren a cargo del autor y el título muestra variantes. En la edición castellana se lee “Libro Real de la carta execvtoria, en alabança de otros Sanctos. Con vn tratado del Seraphico San Francisco, con el juycio final, sacado del libro del pleyto de Dios y el hombre, que saldrá esta Quaresma, de gran recreacion al alma Christiana. Compuesto por Manuel Aluarez de los Reyes, natural de la ciudad de San Christoual de la Isla de Tenerife de las siete de Canaria. Dirigido a Doña Anna de Velasco Duquesa de Berganca. Año de 1604...”.
Dentro de la escasa bibliografía existente sobre la obra de Manuel Álvarez de los Reyes, son importantes las aportaciones de Carlos Brito, entre otras, el didactismo contrarreformista, que pueden consultarse en la Introducción de su edición -siguiendo la de Lisboa- facsimilar de Libro real de las alabanzas de la gloriosa Santa Ana y San Joaquín, y su carta ejecutoria [1604] (1995).
Silvestre de Balboa
Silvestre de Balboa (Gran Canaria, 1563- ¿1640?) es otro de los escritores que debemos citar -aunque como José de Anchieta en el siglo XVI buena parte de su vida se proyecta fuera de Canarias-, pues es autor de Espejo de paciencia (La Habana, 1608), conjunto de octavas en que -como muestra del origen de la literatura cubana- el autor mezcla la mitología clásica y el mundo indígena.
Obra que, como se indica en el propio título, trata con fidelidad histórica la prisión y consiguiente liberación del obispo de Cuba, fray Juan de las Cabezas y Altamirano. El poema está dividido en dos cantos: el primero relata el rapto del obispo, que llevó a cabo el corsario francés Gilberto Girón; el segundo muestra la liberación con la victoria del capitán Gregorio Ramos. La importancia de Espejo de paciencia no reside en los especiales méritos poéticos de la obra, sino en ser el primer poema de la literatura cubana escrito por un canario (J. M.ª Chacón y Calvo; Mª Rosa Alonso) y, como ha visto L. Santana, en el grupo de poetas de Puerto Príncipe se proyecta el Jardín de Cairasco de Figueroa, al que presumiblemente acudía Silvestre de Bobadilla antes de marcharse a Cuba, cuando no pasaría de los cuarenta años de edad. Manuel Lobo Cabrera aporta datos de interés sobre la relación de Balboa con Canarias.
La crítica ya ha señalado cómo el Espejo sigue el modelo épico renacentista y, en especial, La Araucana de Ercilla. J. Artiles apunta además influencias de las Elegías de Varones ilustres de Indias y de Las lágrimas de Angélica. Entre los estudiosos canarios, y después de María Rosa Alonso o Agustín Millares Carlo, Luis Diego Cuscoy y J. Artiles Lázaro Santana, el primer editor español y canario de Espejo de Paciencia, y Belén Castro han dedicado, con otros, nuevos enfoques y distintas perspectivas en sus distintos trabajos, lo que ha permitido conocer algo más de los aspectos épicos (C. Brito) o la relación del título de Balboa con toda una tradición de obras en cuyo título llevan la palabra espejo (M. González Sosa). A todo lo cual hay que añadir un mayor esclarecimiento de la biografía de Balboa. Sobre todo -como se señala en la Biobibliografía de Millares Carlo- cuando sólo se conocía de Balboa las referencias que “él mismo dejó consignadas en la portada” de su obra: su lugar de nacimiento en Gran Canaria y su residencia en Puerto Príncipe, actual Camagüey.
LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XVII.
En la segunda mitad de este siglo lo más llamativo es la aparición de un grupo compacto de poetas, cuya vinculación y comunidad de intereses les lleva a constituir una pequeña academia literaria en la isla de La Palma durante la segunda mitad del seiscientos. Asimismo, la personalidad creadora del tinerfeño Fray Andrés de Abreu (La Orotava, 1647-1725) quien cultivó tanto la prosa latina y castellana como, ocasionalmente, la poesía. Fray Andrés de Abreu, dentro de la corriente de moralistas barrocos, es autor de la obra en prosa Vida del venerable siervo de Dios Fr. Juan de Jesús (1701). Compuso también el poema de carácter hagiográfico Vida del Serafín en carne y vera efigie de Cristo San Francisco de Asís (1692).
El grupo de La Palma
Después del periodo de esplendor de La Palma en virtud del comercio del azúcar y del Juzgado de Indias en el siglo XVI, ya hacia finales de esa centuria la actividad vitícola canaria se extiende tanto por Europa como por América. El siglo XVII se abre para España con las vicisitudes económicas y socio-políticas conocidas. Pero Canarias padecerá otras calamidades y sinsabores. Los impedimentos con que el Consejo de Indias y la Casa de Contratación estorbaban el tráfico de Canarias con América produjeron la crisis de 1620 a 1630. Un segundo momento surge con la situación crítica por que atraviesa el sistema vinícola canario como consecuencia de la crisis que sufrió la Compañía de Mercaderes de Londres -que explota y monopoliza el tráfico mercantil con el Archipiélago- de 1665 a 1667. Años más tarde, a las dificultades vitícolas se añade la escasez de cereales; se consuma así la tercera crisis entre 1684 y 1688.
Cualquier estudio literario sobre el siglo XVII en Canarias debe establecer una relación con el delineamiento del mapa barroco español. En una doble dirección: la obra creativa y la reflexión retórica. En cuanto a la segunda, es de gran interés la conexión que se establece entre Pedro Álvarez de Lugo Usodemar (Santa Cruz de La Palma, 1628-1706) con los comentaristas del seiscientos (Díaz de Ribas, Salcedo Coronel, Pellicer, etc.). El escritor barroco se adentra en el comento de los 233 versos iniciales de Primero sueño... de Sor Juana Inés escrito en la segunda mitad del XVII. El hallazgo de un comentarista coetáneo de la autora mexicana, y de un manuscrito en el que se contienen tres obras, de las cuales la segunda no sólo es -según reza su título- una Ilustración al Sueño de la décima Musa Mexicana..., sino, como destaca Andrés Sánchez Robayna en su estudio sobre este comento (Nueva lectura de Primero sueño de Sor Juana Inés de la Cruz) la única “ilustración” conocida hasta hoy del Primero Sueño de sor Juana Inés de la Cruz, escrita según la fórmula de los comentarios -que llegaron a constituir casi un “género” humanístico- del Brocense o de Herrera sobre la obra de Garcilaso, o de Salcedo Coronel o Pellicer sobre la de Góngora.
El manuscrito en cuestión se titula Las cadenas de Alcides y los tres escritos que lo componen corresponden a los últimos años del autor. También define Sánchez Robayna el carácter crítico de las tres obras: “En molde de tratado” la primera (Los eslabones más fuertes de las Cadenas de Alcides) [sobre recursos retóricos]; bajo la forma de “comento” las dos últimas (Ilustración al Sueño de la décima Musa Mexicana y Apología soñada contra un juicio dormido). Se nos aparece así Pedro Álvarez de Lugo como un escritor con sensibilidad y conocimientos literarios suficientes para percatarse de que Primero sueño -publicado unos años antes de la redacción de la ilustración del palmero- constituía un monumento de gran relevancia literaria, aunque también es verdad su persistente proclividad por el tema del sueño, tan caro para la literatura barroca y el barroquismo de su época. Nótese esa constante en los títulos de otras obras del autor palmero: impresa, Primera y segunda parte de las Vigilias del sueño: representadas en las tablas de la noche, y dispuestas con varias flores del ingenio); manuscrita, la citada anteriormente: Apología soñada contra un Juicio dormido.
Pedro Álvarez de Lugo era un erudito con todos los instrumentos críticos para penetrar en un texto tan difícil como el de la poetisa mexicana. Erudición de amplio espectro, pues, al hilo de lo que aquel destaca, las autoridades en que la Ilustración se apoya no sólo son de carácter literario sino científico.
En cuanto a la vertiente creativa, los tres poetas que aparecen en el panorama canario con mayores visos de cohesión literaria, socio-cultural y religiosa son el ya nombrado Pedro Álvarez de Lugo, Juan Pinto de Guisla (Santa Cruz de La Palma, 1631-1695) y Juan Bautista Poggio Monteverde (Santa Cruz de La Palma 1632-1707). Esta muestra de tres de los autores con más personalidad literaria del siglo XVII en Canarias permite percibir el grado de refinamiento intelectual y de preocupación artística a los que había llegado una pequeña elite, vinculada por familia y profesión a la actividad comercial y al tráfico de ideas. Entiéndase la presente reflexión como un paso más en el desentrañamiento de los escritores -en especial, poetas- que florecieron entre 1650 y los primeros años del siglo XVIII, nacidos a la literatura junto con las manifestaciones barrocas más epigonales. En Canarias este grupo -al que habría de añadirse algún que otro nombre: Luis Vandevale de Cervellón- adquiere rasgos de una gran personalidad y no se deja arrastrar, por lo general, por las soluciones más agotadas del barroquismo finisecular.
Una característica que destaca en estos tres poetas y comentaristas literarios estriba en una doble dedicación al arte. Pedro Álvarez de Lugo, además de excelente autor de comentos dedicó su atención a la pintura y a la escultura. Juan Pinto descuella como descriptor de obras de arte y arquitectónicas, así en lo que se aviene con su gusto por la crónica. Juan Bautista Poggio componía la música de sus Loas con una sobrina suya, además de ser el más elegante y mejor poeta de su grupo.
Si bien podemos decir de Álvarez de Lugo que representa en este grupo la personalidad erudita del grupo de La Palma y de toda Canarias en el Seiscientos, su poesía y la de Juan Pinto de Guisla constituyen una obra de circunstancia; sin embargo la de Juan Bautista Poggio es variada en cuanto a los subgéneros poéticos y a los temas. En los sonetos (amorosos, graves, morales y religiosos) muestra Poggio un sesgo clásico de coloración barroca; elegante en la elocución y preciso en el troquelado de los versos. La herencia de Calderón se encuentra en sus Loas sacramentales y marianas.
Diego Ramos del Castillo, un tinerfeño editado en Madrid en 1675
De Diego Ramos del Castillo únicamente sabíamos hasta ahora por Millares Carlo (Biobibliografía) que era licenciado y que nació en Tenerife. Sus obras conocidas son unas “Quintillas a la Rosa de Santa María” y otras quintillas para un certamen poético. También se hace referencia a tres autos sacramentales que aparecen en una antología de Madrid, que data del año 1675. Como ha estudiado la profesora Paula Jiménez (2004), los autores recogidos en esa compilación matritense son discípulos de Lope y de Calderón, algunos de ellos ya consagrados, como Mira de Amescua o Vélez de Guevara, y otros prácticamente desconocidos, como Antonio del Castillo, Juan de San Juan o el propio Diego Ramos del Castillo.
UN AUTOR DE LA TRANSICIÓN DE LOS SIGLOS XVII Y XVIII
Fray Marcos Alayón (Icod de los Vinos, ?-Los Realejos, 1761) es un poeta y dramaturgo que se encuentra en el cruce de dos siglos, el del Barroco y el de la Ilustración, pues murió anciano en el Convento del Realejo. Agustino, ejerció el cargo de Definidor de su provincia. Compuso el auto sacramental El rey de los Cielos adorado en la tierra, Las elegías en octavas rimas a la gran quema de Garachico en la noche de San José de 1697, la Paráfrasis del Salmo cincuenta en verso castellano (que escribió a una religiosa), las poesías sueltas que dedicó al Vizconde de Buen Paso y el manuscrito que contiene nueve piezas dramáticas y un Te Deum laudamus.