Habíase ya Dácil levantado,
viendo que la miraba el caballero;
mas él dejó la fuente y fue siguiéndola
con presurosos y turbados pasos:
llégase cerca della, considera
su traje extraordinario, y sobre todo
la rara y no compuesta hermosura,
y ella se estaba en él embelesada,
vencida y llena de vergüenza honesta.
Sienten los dos un no sé qué de pena y ansia;
saltos da el corazón dentro de sus pechos
y ambos se juzgan por aficionados.
Quiere Castillo hablar, mas dificulta
que le pueda entender, ni responderle,
cierto que de sus lenguas son contrarias:
mas vencido de amor y de deseo,
que a lo que es más difícil persuaden
le dice tiernamente estas palabras:
“Ángel, o serafín en forma humana,
o cifra de la misma hermosura
en la belleza y partes soberana,
y solamente humana en la figura;
si mi humildad vuestra grandeza allana,
ved que mi alma en vos se transfigura,
para gozar de vuestra vista bella:
no lo extrañéis, transfiguraos en ella.”
[Del Canto V de Antigüedades de las Islas Afortunadas]