Desde aquí, mientras al telaraña se cae por su propio peso, tú podrías recorrer la isla y advertir que la isla tiene la forma de isla más una punta disidente, propia para albergar todas las especias animales y arbóreas que naturalmente no se pueden dar en otras partes del universo. Y quizá tampoco se den en esta parte y todo lo que se ve es un sueño del que viven habitante, extraños seres también de sueños, perdidos en una irrealidad que se presume hermosa desde fuera y que dentro destila el amargor propio de los días festivos, sin turgencias que observar, sin celos que ver y sin hembras en las yemas de los dedos. Alrededor de la isla debe haber un mar que se antoja fabuloso, sin resquicio al arrepentimiento: el mar volviéndose atrás, llorando sus propias derrotas, escuchando sus propias bravatas, quejándose de sus propios delitos.
[De Crónica de la nada hecha pedazos]