Víctor había llegado a la explanada y pudo presenciar la última parte del suceso: sus ojos vieron la silueta repugnante de Don Dimas que salía precipitadamente de su casa… No había duda, era el malvado gavilán de honras, que acababa de quitarle la suya.
Le resonaron en los oídos las palabras de Andrés y una ola de sangre en ebullición subió hasta el cerebro, dándole terribles arietazos. Todos los atavismos de una raza salvaje le empujaron a la venganza y se lanzó sobre el usurero como una fiera mal herida, dando zarpadas en la oscuridad.
Hizo presa y Don Dimas sintió que un vaho le quemaba la cara y unos brazos le empujaban al abismo, al desfiladero, a la muerte.
Las tinieblas envolvieron la terrible escena y un silencio absoluto le prestó las garantías del misterio. Ni Trina pudo darse cuenta de lo sucedido.
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