NACARIA
Con un desvelo infinito Quintero asistía al enraizamiento del cultivo de las chumberas amerindias y a la germinación soterrada de las semillas. Como un celador escrupuloso abandonaba la casa para aposentarse ante la plantación aún incipiente, indecisa como manoteo de recién nacido, como si acudiese a los límites de una arcadia indemne sin osar traspasarla. Parecía que su cuerpo se impregnase de lo que abarcaba su mirada en una suerte de sortilegio que lo identificaba con el entorno. En su rostro se agolpaba la plenitud achicharrante del sol; su pecho acogía el espejeo de los rayos sobre la superficie de las palas verdegrís; se doblegaban sus piernas y sus brazos, y hasta semajaba que su piel, sus poros, copiaban el movimiento retráctil, titubeante, de la savia alimentando. El cuerpo de Quintero se sumaba a la espera mantenida de aquellas formas vegetales que avanzaban, remisas, hacia la tan deseada consolidación.
[De Nacaria] |