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PLANTAS BARRILLERAS

Las plantas barrilleras canarias pertenecen a la familia Aizoaceae. Crecen espontáneamente en las zonas costeras de todas las Islas, desde el nivel del mar hasta los 300 metros, aproximadamente. Se desarrollan en ambientes muy secos y colonizan de forma extraordinaria los terrenos cargados de sales. La barrilla (Mesembryanthemum crystallinum) se distingue notablemente del cosco o vidrio (Mesembryanthemum nodiflorum), de coloración rojiza muy característica; sin embargo, se suele denominar indistintamente como barrilla a las dos, y esto es extensivo también a todo el conjunto de plantas de este grupo, explotadas en el pasado para la industria de la sosa. Durante la segunda mitad del siglo XVIII y comienzos del XIX, La Mancha y amplias comarcas del Levante y Sureste de la Península Ibérica y del Archipiélago Canario conocieron la explotación de las plantas soseras o barrilleras. Se trataba, en general, de grandes extensiones de suelos salitrosos, situados en lugares de clima seco y poco fértiles para otros usos agrícola. Constituían, por tanto, espacios marginales que, en virtud del auge de la industria química, necesitada de Carbonato sódico como primera materia prima para la elaboración de jabón, vidrio ordinario y ciertos tejidos, cobraron un valor extraordinario. Muchas de estas plantas silvestres comenzaron a ser sembradas y recibir laboreo sistemático. En Canarias, la recolección y el cultivo de ambas especies de Mesembryanthemum se extendió por las islas de Fuerteventura, Lanzarote, en menor medida Gran Canaria, y por el sur de Tenerife. Sin embargo, el posterior descubrimiento de procesos artificiales para obtener la sosa condujo al ocaso barrillero, que en Canarias tardó más en producirse que en la Península Ibérica, pese a la fuerte depreciación del producto a lo largo del primer tercio del siglo XIX. Ello se debió, más que a otra causa, a la ausencia de otras perspectivas agrícolas alternativas. Su colapso definitivo se saldó con la miseria, el paro y la emigración americana.

11.5. La barrilla (Mesembryanthemum crystallinum). (Manuel Gil Glez)

Finalizado este episodio, las plantas soseras quedaron tapizando los suelos donde antaño habían crecido espontáneamente o donde fueron extendidas por la acción humana. Pero no fue aquella la primera ocasión en que estos vegetales conocieron alguna utilización. Ya Viera y Clavijo se refería a la planta del vidrio, que él llamaba cofecofe, señalando como ?algunos pobres se alimentan de sus semillas en los años estériles, tostándolas y reduciéndolas a gofio?. Si, como tuvimos ocasión de comprobar, la estadía litoral para el marisqueo y recolección de la sal garantizaba la subsistencia de los colectivos más pobres en el período estival, el recurso a la simiente del vidrio sustituyó, de modo coyuntural, al cereal para el gofio de pastores y campesinos en las crisis alimentarias de la historia del Archipiélago. Su consumo resultó enormemente extendido, al menos, en las áreas más secas donde se desarrollaba la planta. En otros espacios biogeográficos se recurriría a las gramíneas salvajes para que sustituyeran al escaso grano disponible, a cavar los rizomas de los helechos, recolectar los creces, los frutos de la bicacarera, o a lo que se tuviera más al alcance para obtener unos mínimos requerimientos energéticos que alejasen la posibilidad cierta de fallecimiento por inanición. En el siglo XX, hemos podido detectar dos períodos en los que el gofio negro o gofio de vidrio volvió a ser moneda corriente en los sures de Canarias: los años de la I Guerra Mundial (1914-1918) y la Postguerra Civil Española - II Guerra Mundial (1939-1945), prolongándose esta situación hasta los años cincuenta, mientras duraron las dificultades para la importación de cereal.

El vidrio se recolectaba en las llanadas de la costa. Zonas especialmente favorables para su desarrollo fueron y son las pequeñas hoyas endorreicas de suave pendiente, por sus peculiares condiciones edáficas que favorecen la acumulación de sales. Recolectar y preparar el gofio de vidrio, como tantos otros recursos a los que sólo se acude en situaciones de penuria, constituyen pervivencias ancestrales que la memoria colectiva ha recuperado en coyunturas críticas, a lo largo de contextos históricos diversos. La semilla del vidrio se recoge durante el verano, coincidiendo con el período en que se permanecía abajo, mariscando, pescando y cogiendo sal. Formaba parte de los usos tradicionales costeros practicados cada verano (pero, en este caso, sólo en los veranos del hambre). El gofio de vidrió era recolectado en forma familiar y su consumo se circunscribía al mismo ámbito y al de los allegados. Tan sólo en casos extremos llegaría a comercializarse, y siempre mediante trueque por otros alimentos. Su consumo se llevaba a cabo como el de cualquier gofio al que sustituía: en raleas, con azúcar y a cucharadas, acompañando pescado salado y caldos... Muchísimas personas que debieron consumirlo conocieron, décadas más tarde, el auge turístico y la era del consumo pagado a plazos. Para algunas, supone un motivo de vergüenza al asociarse a la miseria de aquellos años difíciles. No obstante, como tantas cosas más, es un elemento integrante de la historia cotidiana de las clases.

Autor: Fernando Sabaté en "Yendo pa' la mar, a por lapas y burgaos"



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