I
¡Hasta la orilla nada más! La noche
es como si a la orilla se acercara.
Yo llego hasta la orilla, y se oscurece
súbitamente el sol sobre las aguas...
¡No es posible el camino!
¡Hay que esperar la ineludible barca!
Y el pensamiento incómodo labora
en mí y no puedo perdonarte nada,
no puedo perdonarte esta condena
de isla y de mar, Señor... –Una montaña
negra y una montaña azul, y tiempo... ¡tiempo
para contar estrellas en la noche...
y quedar noche aún para esperar el alba!...
II
¡Oh, corazón hermano, no es la hora
aunque las sombras pasan!
Siento encima de mí derramar tierra,
y, al través de la tierra, las palabras;
pero mis ojos han quedado abiertos
y el ejercicio de su luz no acaba...
Mis ojos son como una pena eterna:
de tanto ver, dolor de ciego entrañan...
III
Has de ser tú, la que ha de darme toda
la extremidad del mar dentro del alma;
has de ser tú, y no ha de ser la otra
que yo más quise...
Has de venir mañana,
pero no importa si tu mano traes
para una compañía bienhallada...
Un íntimo calor de tierra honda
tendrá tu mano... Encenderá la llama
el marfil roto de tus dedos... La cadena
rodará bajo el sol, deslabonada.
FINAL
Yo andaré, entonces, por tus propias sendas,
viudo de libertad, pero liberto,
aunque no quieras tú, Señor, aunque no quieras...