Para la elaboración del gofio, tostaban primero el grano, a diferencia de lo que se hace con la harina para el pan. Principalmente era cebada y, también, un trigo especial. En la actualidad, además del trigo, se emplea el “millo” o maíz. Lo hacían en tostadores de barro, una especie de recipiente amplio, en forma de plato o bandeja. Luego, molían el grano tostado con un molino de piedra. El resultado es una harina tostada, capaz de mezclarse con cualquier líquido para comerla.
Esta harina tostada tiene la ventaja de su uso duradero. Por eso, ha sido utilizada como alimento básico en situaciones especiales, por ejemplo, para los largos viajes en el mar o para situaciones de aislamiento, tales como el envío solidario que la población canaria hacía con los saharauis refugiados en el desierto.
El gofio, además de mezclarlo con la leche u otros alimentos potables (potajes), se solía y se suele amasar con agua en un zurrón de “baifo” (cabrito), llegando a formar una masa sólida ovalada, que se trocea. Con posterioridad, tras la Conquista, ha existido la costumbre de mezclarlo con azúcar, miel o plátanos, a modo de turrón o postre.