Por el oeste quedaban restos de luz cuando regresé de nuevo a la venta de Isidro. Allí estaban reunidos algunos personajes, de nuevo con los vasos de vino ante ellos y jugando a las cartas. El alcalde, el cartero, Isidro y Marcial parecían enfrascados en una partida importante. Se hacían guiños, se preguntaban unos a otros, se mentían, fanfarroneaban, se decían disparates, hasta que al fin señor Sebastián lanzó sus cartas y Marcial pareció caer del cielo con la sota de oros.
Habían ganado y formaban un alboroto de mil diablos. Ripol, el perro del alcalde, salió del rincón donde dormía apaciblemente y unió sus ladridos a las voces de los jugadores. De pronto el perro dejó de ladrar, alzó las orejas, olfateó el aire y salió de la venta como un endemoniado. Al jorobado le cambió el rostro de súbito y poco faltó para que volcara la mesa mientras se levantaba a toda prisa y gritaba como un loco: “¡Ya sale! ¡Ya sale!” Corrió detrás del perro. Señor Alfonso, más tranquilo, con su mirada habitual, fija y asombrada, me explicó:
-Es María, la bruja, la Cuerva. Vaya a verla usted si quiere. ¡Yo estoy harto!
[De Mararía]