La llamaría Luisa, como su mujer. También a ella la echaba de menos. Para guapa y limpia no quería otra. Era rubia y finilla como un arenque. De novios la llevaba al Arenal y aquello era gloria. Cuando venía el primer hijo arreglaron los papeles y se casaron como es de ley. Ahora vivía en la Punta y le vendía el pescado al “viejo” en Santa Cruz. Algo sacaba con eso y así podía ahorrar más para la barca. El día que la estrenara llevaría de paseo al niño y a la mujer. El chiquillo nada ya como un peje. Salió negro como el padre, pero el sol y el salitre le han desteñido el pelo y está tan rubio como la madre. ¡Las ganas que entra de tener la barca y llegar al Puertito con la oscuridad, mientras la mujer y el hijo bajan corriendo el Camino de la Virgen para recibirle! Eso sí es gloria, pescado fino.
[De Guad]