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AMPLIACIÓN: PROCESOS DE ELABORACÓN DE LA CERÁMICA

Entre los primeros habitantes de las Islas, según diversas fuentes escritas, la alfarería era oficio de mujeres. Ha sido un legado que ha permanecido hasta nuestros días por tradición, elaborándose la cerámica prácticamente a través del mismo proceso que empleaban los guanches.

El proceso de elaboración ha sido algo generalizado y similar para todas las Islas. Para ello se utilizaba arcilla que, químicamente pura es un silicato de aluminio hidratado (Si Al H2O). Combinada con agua, la arcilla forma una masa moldeable. El contacto con el aire y la cocción posterior producen la disminución de tamaño de la masa y la dureza final de la pieza.

Las arcillas canarias proceden de suelos volcánicos, siendo muy ricas en hierro y pobres en sílice. En estado puro no son aptas para elaborar cerámica debido a una excesiva plasticidad y alto índice de contracción. Deben mezclarse con otros tipos de tierras para permitir su modelado y cocción sin peligro de agrietarse. Después se procede al cribado o ‘cernido’ para limpiar la tierra de impurezas orgánicas y quitar los granos más gruesos. Luego se mezcla con agua, y tras un largo sobado que da uniformidad a la masa, la mezcla se deja reposar unos días. Se obtiene una pasta a la que también se le suele añadir desgrasantes (arena, restos de cerámica, conchas, toba, etc.) para mejorar la consistencia de las piezas.

La técnica fundamental en la elaboración de la cerámica canaria es la del urdido. Se trata de un modelado a mano que se empleaba en el Archipiélago desde época prehispánica, que perdura todavía hoy en algunos pueblos, como el bereber del norte de África. Consiste en ir levantando las paredes de la vasija con sucesivos cordones o cilindros de barro (‘bollos’ o ‘churros’) a partir de un fondo plano y circular.

Para conseguir un buen acabado y decorar la cerámica se emplean sencillos utensilios como callaos de mar, trozos de madera, punzones o piezas de hueso. El callao se emplea para el alisado, humedecido y con el barro aún fresco. Con este proceso se eliminan las irregularidades del interior de la pieza que se han formado entre las uniones de los ‘bollos’ y las marcas de los dedos. El exterior de la pieza se retoca y mejora mediante el espatulado con el barro algo más seco, mediante una pieza de hueso o de madera de punta ‘roma’ o redondeada. Para la parte exterior también se emplea el ‘almagrado’ y el ‘bruñido’. El primero consiste en frotar con tierra de almagre para impermeabilizar la pieza y mejorar su acabado; y el segundo en un pulido intenso de la superficie para abrillantarla.

Tras todo este proceso se le añaden los apéndices, que pueden ser de múltiples formas y con diferentes utilidades. Se pueden pegar a las paredes de la cerámica o insertar haciendo un agujero. Así, podemos encontrarnos pitorros, vertederos, pico vertederos, apéndices macizos, asas de cinta o mamelones.

La decoración final, además de para embellecer las piezas cerámicas, dan el toque distintivo, característico y creativo en el proceso de elaboración. Se realiza antes del proceso de cocción, cuando la pasta está aún fresca. La plasticidad del barro permite decorar con las manos, dedos, uñas, palos de madera, punzones de hueso u otros instrumentos.
Hay gran variedad de técnicas decorativas, donde se emplea fundamentalmente la incisión, la acanaladura, la impresión o la pintura. Esta última técnica se emplea sólo en algunas Islas, con diversos motivos geométricos con pintura roja, negra y/o blanca.

Después de secarse, la cerámica se somete al proceso final de cocción para adquirir la definitiva dureza y perdurabilidad. El sistema de cocción que se empleaba por los guanches era al aire libre, en un hoyo en la tierra o con un horno hoguera u horno hornera, conocido aún en el norte de África. La temperatura obtenida con este sistema no es muy elevada, entre 650-900º C, dando lugar a la fragilidad y porosidad características de la cerámica del Archipiélago.



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